Desde la tradición de Jesús hasta la tradición sobre Jesús

Esta entrada es parte de La predicación apostólica y la fe de la Iglesia naciente, que a su vez pertenece a la serie: Así nacieron los Evangelios.

Tenía razón E. Käsemann cuando afirmaba que el problema del Jesús histórico es el problema de la continuidad del Evangelio en la discontinuidad de los tiempos y en la variación del kerigma.

De ahí la legítima pregunta: ¿cómo surgió entonces la tradición sobre Jesús, sobre sus dichos y sentencias, sobre sus hechos y milagros?

Ya hemos hablado de la respuesta que dió Bultmann a esta pregunta: El Evangelio habría sido formado por el mito de Cristo, que ejerció su influencia sobre las tradiciones palestinas de Jesús, unificando así las diversas tradiciones y llevando el enunciado del mensaje a su plenitud; además de introducir una distinción de elementos del ambiente helenístico y del ambiente semítico. Sin embargo si, por ejemplo, se observa el himno cristológico de la carta a los Filipenses se deduce que el título de kyrios aplicado a Jesús [que según Bultmann era por la influencia helenística] además de ser muy antiguo [según Bultmann debía ser más tardío], es de origen semítico y no helenístico como demuestra Hengel al afirmar que el uso del término en el culto proviene del mundo semítico, mesopotámico y cananeo, con repercusiones en la religión egipcia.

En la actualidad las diferencias entre los elementos provenientes del judaísmo y helenismo no están tan claras y han llegado a ser más difuminadas y menos absolutas de lo que se pensaba. Helenismo y judaísmo, más que dos corrientes contrapuestas, parecen complementarias, se ayudan.

La tradición sobre Jesús.

Sus discípulos habían quedados muy marcados por el impacto de las obras y palabras de Jesús y [1] querían recordar y transmitir todo lo que tenía que ver con su persona; y fue en torno a esa tradición, como la primitiva comunidad cristiana forjó su propia identidad individual y colectiva. [2] Más tarde esa memoria se concentró en otros puntos concretos de las narraciones y de las enseñanzas del Maestro. [3] En tercer lugar, están las variaciones y el desarrollo de la tradición que, siendo de carácter oral, no son acumulativas o lineales.

La historia de las formas pues tú la una serie de leyes fijas e inequívoca que habrían determinado la tradicion sinoptica; por ejemplo, el principio fundamental de que el modelo más desarrollado y complejo es siempre posterior. Sin embargo, no pocas veces en el Evangelio descubrimos la tendencia exactamente opuesta. Como dice E. P. Sanders, al concluir su libro sobre la tradicion sinoptica: no hay reglas fijas y sencillas en la tradicion sinoptica. En todo caso, ella se desarrolla en direcciones opuestas: puede ser alargándose o abreviándose, en forma más o menos detallada, más o menos semítica, siempre de modo elástico y fluido. Cualquier asercion dogmática que intente probar que un pasaje es más antiguo que otro es injustificada.

A la tradición oral se le atribuyen características propias, se la personifica. Más no se debe olvidar que sus tendencias son, ni más ni menos, las tendencias de los individuos que la transmiten. Cuándo se dice que la tradición oral tiende a ser más específica, en realidad se afirma que son específicos sus transmisores.

Así pues, aún aceptando que haya unas tendencias evolutivas más comunes que otras, como la de hacer el material un poco más detallado con discursos, conversaciones o nuevas escenas, y la de pasar del discurso indirecto al directo, se debe reconocer al mismo tiempo que la tendencia a abreviar no es infrecuente. Cualquier conclusión taxativa se aleja del verdadero sentido de la tradición oral. Lo correcto es hablar de un cierto balance de probabilidad, prefiriendo el alargamiento a la abreviación y el discurso directo al indirecto, para referirse a un documento posterior a otro, aunque no a una perícopa aislada.

Una aclaración. Aunque las llamadas «suturas narrativas» de los Evangelios, en su mayor parte son artificiales, al estar compuestas por pequeñas unidades literarias, sin embargo existen muchos otros pasajes en los que se observa una continuidad cronológica clara [Como es el caso de la Transfiguración]. No se puede por tanto excluir a priori la posibilidad de que algunos dichos se hayan mantenido en el arco de tiempo en que Jesús los pronunció y agrupó. Esto se apoya, entre otras cosas, en el característico método rabínico de enseñanza que se basa esencialmente en el ejercicio de la memoria. Hemos de tener en cuenta que en aquel tiempo se memorizaba muy bien y mucho más que en la actualidad. En este sentido, aunque se ha criticado el esfuerzo de la escuela escandinava, diciendo que el modelo y esquema de enseñanza rabínica que proponen no son aplicables a la tradición cristiana primitiva, recientemente J. Neusner ha negado esta crítica y ha insistido en la continuidad existente entre la enseñanza cristiana y la rabínica, alrededor del tiempo de la destrucción de Jerusalén: «Las historias y dichos hacen uso de las mismas técnicas narrativas, que provienen del mismo periodo«.

Podemos decir que en la transmisión oral suele ocurrir que:

  • el material narrativo es más fácil de retener en la memoria que los dichos y enseñanzas;
  • los dichos y palabras poseen una mayor fidelidad en la memorización;
  • un acontecimiento que produce impacto se recuerda mejor que una sentencia, que podría dar lugar a la dispersión;
  • el contenido de la proclamación oral es más fácil de retener si se repite varias veces, aunque aún así las posibilidad de precisión es limitada;
  • el recuerdo se hace más claro cuando va unido a una forma gráfica o pictórica, como es el caso de las palabras que corresponden aproximadamente a un 30% de los dichos del Señor recogidos en los Evangelios;
  • la tradición oral se mueve para conservar los dichos y episodios mediante la asociación temática u otras reglas mnemotécnicas que ayudan tanto a quien enseña como quien escucha.

Es normal que la tradición oral se vaya fijando sobre temas concretos, o sobre nombres  de personajes o parábolas concretas del Señor. Podemos fácilmente imaginar a los miembros de la comunidad cristiana primitiva pidiendo que se les cuente de nuevo el episodio del Centurión de Cafarnaum, o el de la viuda en el tesoro del templo; o también los dichos de Jesús sobre quién es el más grande, o sobre el deber de ofrecer la otra mejilla, o la historia del hijo pródigo… Un Apóstol -o más tarde el discípulo de más prestigio en el grupo- habrá contado de nuevo el relato con los detalles que juzgó más apropiados para la ocasión, sabiendo al mismo tiempo que la comunidad está atenta para evitar un exceso de creatividad o un cambio en los elementos fundamentales de la narración. Esto es razonable y lógico [cf. J. D. G. Dunn] .

Bibliografía:


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