Acerca del llamado “Jesús histórico”

Esta entrada forma parte de la serie ¿qué sabemos de Jesús de Nazaret?

Según G. Lohfink (en Jesús de Nazaret: Qué quiso, quién fue, Biblioteca Herder), los teólogos de la Iglesia primitiva actualizaron e interpretaron, aplicándola a su propia situación histórica, la tradición de Jesús. También afirma que los evangelios sobre Jesús (y también la tradición que los precedía) han hablado desde ángulos visuales enteramente diferentes. Pero no falsearon a Jesús, sino que formularon, cada vez con mayor profundidad, el misterio inconcebible de su vida. Es precisamente la fructuosa tensión entre las capas de interpretación más antiguas de la tradición de los evangelios y las más recientes, que solo fueron añadidas en una etapa posterior, la que hace posible la genuina comprensión de Jesús. 

  • Para explicar esto, Lohfink pone dos ejemplos: la explicación del «día de Cafarnaún» (ver Nota abajo) y el fragmento del Evangelio de Juan, cuando dice Jesús a Felipe: Llevo tanto tiempo con vosotros, ¿y no me has conocido, Felipe? El que me ha visto a mí ha visto al Padre. ¿Cómo dices tú: «Muéstranos al Padre»? ¿No crees que yo estoy en el Padre y que el Padre está en mí? (Jn 14,9-10). Lohfink dice que muy probablemente Jesús nunca habló así, y que se trataría de una expresión meditada de una reclamación que estuvo siempre presente en Jesús pero que él formularía en otros géneros de discursos y con otra actitud lingüística, a saber, con mucha mayor circunspección. Pero el lenguaje directo del Jesús joaneo refleja con precisión lo que Jesús ha sido. Las dos capas de la tradición, la sinóptica y la joánica, no deben utilizarse la una contra la otra. No debe monopolizarse la interpretación más antigua, sino que es el conjunto de todas las capas de la interpretación lo que permite que surja en su unidad la imagen del verdadero Jesús. 

Benedicto XVI ha formulado magistralmente y nos sirve como conclusión de esta entrada, las siguientes palabras de su libro Jesús de Nazaret (vol. I): «El Jesús de los evangelios es el único Jesús real histórico» .


El «Día de Cafarnaún» (Mc 1, 21-39)

Leer texto Mc 1,21-39. Se advierte de inmediato que se trata de una composición cuidadosamente ejecutada. Hay una unidad de lugar (Cafarnaún) y de tiempo (desde la mañana del sábado hasta la mañana del día siguiente). Existen claras líneas estructurales en la composición (expulsar demonios y curar enfermedades; tanto a hombres como a mujeres; enseña con autoridad, etc). Marcos describe un día pleno y completo, henchido de salvación, que se presenta como el modelo de otros muchos días. Que se trate de un sábado no es tampoco casual (es el día en el que la creación llega a su plenitud). No puede excluirse, por supuesto, que en el curso de la actividad pública de Jesús haya existido un día así, con todos los acontecimientos descritos. Es perfectamente posible. Pero es más probable que Marcos haya distribuido artificiosamente, a lo largo de un día, diversos fragmentos de la tradición. Ha ordenado diversos materiales de los recuerdos de tal modo que surge el curso entero de un día (con su noche). Ha querido presentar así el inicio de las actuaciones públicas de Jesús. Marcos describe así un día en el que los hombres y las situaciones son sanados y alcanzan la paz. Para ello, ha situado secciones de la tradición que tenía a su disposición y que ya habían sido narradas e interpretadas en un contexto interpretativo aún más amplio.

Fuente: Lohfink, Gerhard. Jesús de Nazaret: Qué quiso, quién fue (Biblioteca Herder) (Spanish Edition).

Un Filme del «Día de Cafarnaún » de Jesús

A continuación G. Lohfink, nos propone jugar con la idea de que en vez de unos evangelios, tuviéramos una filmación del primer día de la actuación pública de Jesús con una cámara oculta de todo cuanto aconteció. Tendríamos una película que hoy se expondría ante nosotros sin recortes y sin comentarios —con la pretensión de presentar los hechos puros y desnudos y de ser absolutamente auténticos—. ¿Qué sabríamos, en este caso? Varias cosas. Por este camino llegaríamos a conocer una muchedumbre de detalles que no se encuentran en Marcos, o solo de forma fragmentaria. Conoceríamos el aspecto interno y externo de la casa de Pedro. Sabríamos cómo se celebraba en Cafarnaún el culto en la sinagoga. Veríamos cómo los enfermos se ponían en pie y cómo los posesos vociferantes súbitamente se quedaban tranquilos. Y tendríamos, en fin, documentación original sobre el arameo hablado en Palestina en el siglo I. Pero sobre todo: conoceríamos palabras de Jesús que serían con absoluta seguridad auténticas.

Ahora bien: ¿las comprenderíamos? Porque no tendríamos ningún evangelista —este es el presupuesto de nuestro escenario— que nos las explique. Nos faltaría el contexto global de interpretación que ponen a nuestra disposición el Nuevo Testamento y las comunidades de la Iglesia primitiva. Y en lo que se refiere a la figura misma de Jesús: ¿qué veríamos en realidad? Veríamos a un oriental, o para ser más precisos, a un judío oriental del que sabríamos que se llamaba Jeshua. Tendría, probablemente con gran estremecimiento por nuestra parte, un aspecto completamente distinto a cómo nos lo imaginamos. No sería ni el Cristo en majestad de los ábsides bizantinos ni el varón de dolores del gótico ni el héroe apolíneo del Renacimiento. Solo unos pocos especialistas entenderían su lengua aramea. Nos resultarían extraños muchos de sus gestos y actitudes. Llegaríamos a sospechar: vivió en otra civilización y en otra cultura.

Y sin embargo, todo cuanto veríamos sería importante, excitante, más aún, hondamente impresionante. Conoceríamos, en definitiva, muchos detalles sobre los que vienen trabajando desde hace mucho tiempo los biblistas. Pero ¿entenderíamos lo que realmente sucedió? ¿Sabríamos más de lo que ya los evangelios nos dicen? ¿Sabríamos ahora de hecho y con seguridad que Jesús expulsaba a los demonios con el dedo de Dios y que sus curaciones eran señal del reino de Dios que estaba en trance de realización? (Lc 11,20)? ¿Llegaríamos a descubrir, dado que solo podríamos ver el curso de los procesos externos, que aquí, en este hombre, se ha hecho enteramente presente y para siempre el Logos de Dios? Aseguro con firmeza: de aquello que verdaderamente interesa en Jesús, de su misión, de su tarea, del misterio de su persona no sabríamos nada.

Para saber realmente algo de más, debería desfilar ante nuestros ojos toda la actividad pública de Jesús, deberíamos contemplar todo cuanto hizo no solo en su primer día. Deberíamos conocer, sobre todo, la pretensión que se perfilaba tras su predicación y sus curaciones. Deberíamos asimismo estar informados sobre la reacción de sus oyentes, sobre todo la de los que acabaron por convertirse en sus enemigos mortales. Ya aquí, la documentación filmada únicamente sobre el primer día de la actuación de Jesús se quedaría demasiado corta. Necesitaríamos una documentación del tiempo total de su actividad pública. Bien, también esto podemos representar en nuestro escenario. Documentamos en la película todo lo acontecido desde que Jesús salió de la casa de sus padres hasta su sepultura —y no solo sobre el mismo Jesús, sino también sobre sus amigos y sus enemigos. Deberían desfilar, por tanto, numerosas películas en varias pantallas— a lo largo de aproximadamente un año y medio. Una inquietante carga de trabajo para los espectadores. No lo aguantaríamos. 

Pero demos por supuesto que lo aguantamos. Quedaría siempre en pie la pregunta: ¿nos serviría realmente de ayuda esta mega-documentación? ¿Podríamos comprender, por ejemplo, aunque fuera de lejos, la reclamación de Jesús sin el Antiguo Testamento? ¿Puede entenderse a Jesús sin la Torá y los profetas, sin las experiencias y esperanzas de Israel? ¿Pueden entenderse las esperanzas de Israel sin la historia de fe de este pueblo? ¿Y puede entenderse a Jesús sin tener en cuenta que en su vida ha entrado en su última y decisiva fase la historia entre Dios e Israel? ¿Se puede llegar a conocer esta dimensión del acontecimiento mediante pura acumulación, mediante simple suma de procesos externos? Aquí fracasará inevitablemente todo medio que se limite a alinear uno tras otro sólo los hechos extrínsecos. 

¿Mejor un Documental dirigido por alguien de confianza?

Sigamos todavía un momento con el ejemplo de la película, porque es mucho lo que puede aprenderse de él: todo director de documentales conocedor de su oficio tendría que llevar a cabo, en la enorme masa de material filmado que habríamos producido en nuestro escenario, una selección radical y terminante y conseguir con los elementos seleccionados una composición cuidadosamente construida —introduciendo ya de este modo una interpretación—.

Tal vez nuestro director interrumpa el curso cronológico mediante retrospectivas. Tal vez incluso incluya escenas del Antiguo Testamento o alusiones visuales veterotestamentarias para arrojar luz sobre los acontecimientos. 

En cualquier caso, ofrecerá con seguridad repetidas veces partes de la película que creen conexiones con la ayuda de «citas». Insinuará además antecedentes y telones de fondo y prestará dimensiones simbólicas a algunos sucesos concretos. Con otras palabras: todo buen director de cine seleccionaría del desbordante material filmado puesto a su disposición solo algunas cosas, las organizaría en un contexto bien configurado y crearía diversas relaciones semánticas entre cada una de las secciones de la película. Y otro tanto haría con el material sonoro disponible. Y es justamente así como lograría interpretar el acontecimiento total, tal vez sin introducir ni un solo comentario en off ni un solo subtítulo interpretativo. En todo caso: si a un suceso externo no se le añade su interpretación, no nos contará nada. 

Y ahora la pregunta decisiva: ¿han hecho algo diferente los autores de los evangelios? ¿No han seleccionado también ellos, compuesto de nuevo, citado, aludido, comentado, interpretado? Por supuesto que lo han hecho. Y además con todos los medios de una limpia obra narrativa. Sabían bien, en efecto, que sin interpretación no hay comprensión. Ni la más precisa y rigurosa exposición histórica puede salir adelante sin constante interpretación.

Lohfink, Gerhard. Jesús de Nazaret: Qué quiso, quién fue (Biblioteca Herder). Herder Editorial.

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