«Pentecostés«, deriva de la palabra griega ‘πεντηκοστή’ (Pentekosté) que significa ‘cincuenta’, es decir, una festividad que se celebra cincuenta días después de la Pascua. Su significado religioso evolucionó desde una festividad judía de la recolección hacia un evento clave en el cristianismo.
En el contexto del Antiguo Testamento y el Judaísmo, originalmente, Pentecostés era la festividad de la recolección, un día de alegría y acción de gracias (Éxodo 23,16; Números 28,26; Levítico 23,16ss), en el que se ofrecían las primicias de lo que la tierra había producido (Éxodo 34,22). Con el tiempo, la festividad se convirtió en un aniversario de la alianza que se había establecido unos cincuenta días (Éxodo 19,1-6) después de la salida de Egipto, que se celebraba con la Pascua.
En el contexto cristiano, la teofanía de Pentecostés se sitúa en continuidad con las teofanías del Antiguo Testamento. El don del Espíritu Santo, acompañado por signos como el viento y el fuego, marca un hito importante. Los apóstoles comenzaron a hablar en “lenguas” para cantar las maravillas de Dios (Hechos 2,3), un milagro de audición que es un signo de la unidad y vocación universal de la Iglesia, ya que estos oyentes provenían de las regiones más diversas (Hechos 2,5-11).
Cumplimiento de la profecía de Joel 2, 28-32
Pedro en su primer discurso (Hechos 2, 14-41) vincula lo que está aconteciendo en Pentecostés con el cumplimiento de la profecía de Joel sobre el derramamiento del Espíritu Santo:
“sino que ocurre lo que había dicho el profeta Joel: Y sucederá en los últimos días, dice Dios, que derramaré mi Espíritu sobre toda carne y vuestros hijos y vuestras hijas profetizarán y vuestros jóvenes verán visiones y vuestros ancianos soñarán sueños; y aun sobre mis siervos y sobre mis siervas derramaré mi Espíritu en aquellos días, y profetizarán. Y obraré prodigios arriba en el cielo y signos abajo en la tierra, sangre y fuego y nubes de humo. El sol se convertirá en tiniebla y la luna en sangre, antes de que venga el día del Señor, grande y deslumbrador. Y todo el que invocare el nombre del Señor se salvará” (Hechos 2,16-21).
Ante lo ocurrido, Pedro tiene la certeza del cumplimiento de estas palabras proféticas: “Por lo tanto, con toda seguridad conozca toda la casa de Israel que al mismo Jesús, a quien vosotros crucificasteis, Dios lo ha constituido Señor y Mesías” (Hechos 2,35). Y concluye que los eventos de ese día son la confirmación pública de que Dios ha constituido a Jesús, a quien crucificaron, como Señor y Mesías Salvador.
Una profecía que tiene su cumplimiento “en los últimos días”
Es importante destacar el añadido de Pedro: “en los últimos días”, que en Joel no aparece. Es muy posible que Pedro esté interpretando los acontecimientos de Pentecostés como cumplimiento de las profecías del tiempo mesiánico anunciado para los últimos días (cf. Isaías 2,2 y Daniel 10,14). Esta misma mentalidad la encontramos en la Carta a los Hebreos: “En muchas ocasiones y de muchas maneras habló Dios antiguamente a los padres por los profetas. En esta etapa final, nos ha hablado por el Hijo, al que ha nombrado heredero de todo, y por medio del cual ha realizado los siglos.” (Hebreos 11-2; cf. 1 Timoteo 3,1-5 y 2 Pedro 3,3).
Un Espíritu Santo que se derrama “sobre toda carne”
En el Antiguo Testamento, el Espíritu Santo era derramado selectivamente sobre ciertos individuos, considerados ungidos o elegidos del Señor. Sin embargo, en esta nueva era que se inaugura en Pentecostés, el Espíritu se derrama sin distinción: “sobre toda carne, hijos… hijas profetizarán; … jóvenes verán visiones, y… ancianos soñarán sueños… siervos y… siervas… profetizarán.” (Hechos 2,17-18). Destacándose la diversidad de sujetos: hijos e hijas, jóvenes y ancianos, esclavos y libres… es decir, sin importar, estatus, sexo o edad. Y, en consecuencia, la variedad de dones: profecías, visiones y sueños, como detalla Pablo en 1 Corintios 12,7-10.
Los últimos signos y prodigios “en el cielo y… en la tierra”
Aunque la parte final de la profecía de Joel (Hechos 2,19-21) no tiene que ver con los eventos de Pentecostés, Pedro la incluye en su discurso, muy probablemente porque lo relaciona con la inminencia de los últimos tiempos y la cercanía del Día del Señor. La misma relación que hace Mateo, al afirmar que tras los falsos cristos, apostasías, guerras, pestes y terremotos (cf. Mateo 24,4-8), se cumplirá también esta parte de la profecía de Joel: “Inmediatamente después de la angustia de aquellos días, el sol se oscurecerá, la luna perderá su resplandor, las estrellas caerán del cielo y los astros se tambalearán. Entonces aparecerá en el cielo el signo del Hijo del hombre. Todas las razas del mundo harán duelo y verán venir al Hijo del hombre sobre las nubes del cielo con gran poder y gloria.”, (Mateo 24,29-30; cf. Apocalipsis 6,12-17).
Quizás lo más relevante sea que los eventos de Pentecostés, además de cumplir la profecía de Joel, tienen la doble virtud de dar cumplimiento a las profecías del A.T. acerca del establecimiento del Reino de Dios y dar cumplimiento a las promesas de Jesús acerca de la inminencia del Reino y la fundación de Su Iglesia. Veámoslo.
Cumplimiento de las profecías del establecimiento del Reino de Dios (Isaías 2, 2-4 y Daniel 2, 44-45).
Nos vamos a centrar en dos de las profecías del A.T. sobre el advenimiento del Reino: Isaías 2, 2-4 y Daniel 2, 44-45.
El pasaje de Isaías se relaciona con Pentecostés a través de la idea de la unidad y la universalidad del mensaje predicado a todas las naciones; dice así:
“En los días futuros estará firme | el monte de la casa del Señor, | en la cumbre de las montañas, | más elevado que las colinas. | Hacia él confluirán todas las naciones, caminarán pueblos numerosos y dirán: | «Venid, subamos al monte del Señor, | a la casa del Dios de Jacob. | Él nos instruirá en sus caminos | y marcharemos por sus sendas; | porque de Sión saldrá la ley, | la palabra del Señor de Jerusalén». Juzgará entre las naciones, | será árbitro de pueblos numerosos. | De las espadas forjarán arados, | de las lanzas, podaderas. | No alzará la espada pueblo contra pueblo, | no se adiestrarán para la guerra” (Isaías 2,2-4).
El texto habla del “monte de la casa del Señor… la casa de David… la ley que saldrá de Sión”, insinuando la instauración de un reino divino, donde Dios reinará supremo y se impartirá su ley para guiar a todas las naciones hacia la paz y la armonía.
El pasaje de Daniel se relaciona con Pentecostés a través de la visión que profetiza la llegada de un reino divino; reino que se inicia en Pentecostés:
“Durante ese reinado, el Dios del cielo suscitará un reino que nunca será destruido, ni su dominio pasará a otro pueblo, sino que destruirá y acabará con todos los demás reinos, y él durará por siempre. En cuanto a la piedra que viste desprenderse del monte sin intervención humana, y que destrozó el hierro, el bronce, el barro, la plata y el oro, esto significa lo que el Dios poderoso ha revelado al rey acerca del tiempo futuro. El sueño tiene sentido y la interpretación es cierta».” (Daniel 2, 44-45).
Tanto la piedra que destroza los reinos, como la poderosa acción del Espíritu Santo en Pentecostés, representan la intervención divina para la instauración de un Reino eterno (divino) y su permanencia hasta el final de los tiempos. En otras palabras, el hecho de que los discípulos sean capacitados para proclamar el Evangelio a todas las naciones indica que Dios está trabajando activamente para instaurar su Reino en la tierra.
El cumplimiento de las promesas de Jesús
Acerca de la edificación de su Iglesia, Jesús había dicho:
“Ahora yo te digo: tú eres Pedro, y sobre esta piedra edificaré mi Iglesia, y el poder del infierno no la derrotará. Te daré las llaves del reino de los cielos»” (Mateo 16,18-19)
Hay una conexión importante entre Mateo 16,18 y el liderazgo de Pedro en Pentecostés. En Pentecostés, vemos a Pedro liderando a los discípulos en la proclamación del Evangelio, siendo él quien da el primer discurso público. Es Pedro quien interpreta los acontecimientos a la luz de las Escrituras y proclama a Jesucristo como el Mesías, el Señor y el Salvador. La expresión “te daré las llaves del reino” no solo establece la autoridad de Pedro, sino que también destaca la relación íntima entre la Iglesia y el Reino de Dios.
Sobre las promesas de Jesús de la inminencia del Reino, leemos:
“Desde entonces comenzó Jesús a predicar diciendo: «Convertíos, porque está cerca el reino de los cielos»” (Mateo 4,17); y “En verdad os digo que algunos de los aquí presentes no gustarán la muerte hasta que vean el reino de Dios en toda su potencia»” (Marcos 9,1).
Pentecostés marca el comienzo del cumplimiento de estas promesas del Reino de Dios. En Pentecostés la presencia y el poder (potencia) de Dios se manifiestan de manera muy especial en la obra del Espíritu Santo, cuando se nos dice que se convierten más de tres mil personas.
Y por último, el cumplimiento de sus promesas acerca del envío del Espíritu Santo, cuando afirma:
“pero el Paráclito, el Espíritu Santo, que enviará el Padre en mi nombre, será quien os lo enseñe todo y os vaya recordando todo lo que os he dicho (…) cuando venga él, el Espíritu de la verdad, os guiará hasta la verdad plena” (Juan 14,26 y 16,13); así como en Hechos 1,5.8: “porque Juan bautizó con agua, pero vosotros seréis bautizados con Espíritu Santo dentro de no muchos días… recibiréis la fuerza del Espíritu Santo que va a venir sobre vosotros y seréis mis testigos en Jerusalén, en toda Judea y Samaría y hasta el confín de la tierra”.
Pentecostés representa el cumplimiento de estas promesas. El momento en que el Espíritu Santo desciende sobre los discípulos de manera poderosa, capacitándolos para cumplir la misión dada por Jesús de ser sus testigos en Jerusalén, Judea, Samaria y hasta los confines de la tierra. Pentecostés marca el comienzo de la obra del Espíritu Santo en la vida de la Iglesia y en la expansión del Reino de Dios.
En resumen, las profecías del Antiguo Testamento y las promesas de Jesús que se cumplieron en Pentecostés proporcionan una base sólida para identificar a la Iglesia como una manifestación del Reino de Dios en la tierra. Sin embargo, la Iglesia no agota la realidad del Reino de Dios, que finalmente se realizará en toda su plenitud en la consumación de los tiempos.
Gracias por compartir este artículo desde la perspectiva profunda y esclarecedora sobre el significado de Pentecostés y su relación con el cumplimiento de las profecías bíblicas del Antiguo Testamento y las promesas de Jesús. En efecto, los eventos de Pentecostés marcan un punto crucial en el establecimiento del Reino de Dios y la fundación de la Iglesia. No has pasado por alto la importancia del derramamiento del Espíritu Santo sobre toda carne, sin distinción de estatus, sexo o edad, dando inicio a una nueva era de gracia y poder divino. Gracias una vez más por enriquecer nuestra comprensión de Pentecostés y su trascendencia en el plan redentor de Dios.
Gracias a ti Vicente por tu interesante comentario. Saludos
muchas gracias a ti Vicente!!