La compasión de Dios: El motor del cambio y la esperanza

En esta entrada exploramos la profunda conexión entre la compasión de Dios, la mentalidad de servicio y el corazón de pastor, tomando como base pasajes de Éxodo 3,7 y la carta a los Hebreos

El contexto de Ex 3,7-10 es el de la zarza ardiente que ve Moisés. Este arder sin un fuego que la encienda, sino que arde desde el propio ser de la zarza, es una imagen de Dios; un existir ardiente sin consumirse, indestructible, imperecedero, eterno. También es imagen, de algún modo, del fuego del corazón de Cristo, y de la santidad de la Iglesia (Moisés resplandece, irradiar la paz y santidad de Dios; aureola santos). El fuego también es imagen de la prueba y de la purificación.

El libro de Éxodo comienza con una poderosa declaración de la compasión de Dios hacia su pueblo oprimido: «El Señor le dijo: «He visto la opresión de mi pueblo en Egipto y he oído sus quejas contra los opresores; conozco sus sufrimientos (me he fijado en él, porque conozco su dolor)» (Éxodo 3,7). 

Lo importante de todo esto, es que, esta misericordia o compasión de Dios resulta ser el punto de entrada de Dios para su pueblo, y el punto de arranque de un nuevo camino, de una historia nueva de salvación. Más que una simple declaración de empatía, este pasaje revela la profundidad del amor de Dios por su pueblo. Una compasión que no solo motiva la acción de Dios para rescatar a Israel de la esclavitud, sino que establecerá el tono para toda la relación de Dios con su pueblo a lo largo de toda la Historia de la salvación. En efecto, este pasaje, más que de la vocación de Moisés Ex 3,7-10, nos habla del plan de Dios para con su pueblo: lo liberará, establecerá con él una Alianza en el Sinaí, de modo que Él será su Dios, y ellos serán su Pueblo;  y así, hasta llegar a la nueva y eterna alianza de Jesucristo.

Se nos desvela aquí la compasión (misericordia) de Dios, como el motor o puerta que da inicio y abre a una novedad, a un camino nuevo, que no solo hace referencia a los 40 capítulos del Éxodo, sino a todo lo que vendrá después.

De algún modo, es lo mismo que encontramos en el ejemplo del buen samaritano (Lucas 10,25-37 comentario) que el Señor propone para responder a la pregunta acerca del núcleo de la Torá. 

  • Un sacerdote y un levita ven a un hombre herido y desvalido, pero de ambos se dice que: “al verlo, pasó de largo”. Sin embargo, el samaritano “al verlo, se llenó de compasión. Los tres personajes ven la misma realidad con los ojos de la carne, pero sólo uno es capaz de ver más allá; sólo él samaritano es capaz de ver con un ojo interior el sufrimiento de ese prójimo, un modo de ver que le hace cambiar de rumbo y dar comienzo a una nueva historia, llena de sacrificios y de salvación. Así y ahí se descubre y se escucha, con el oído interior, el mensaje central de la Torá.
  • En cada confesión, de alguna manera –sacramentalmente–, Cristo se acerca y nos toca; nos venda y nos pone un aceite que embellece, y un vino que purifica nuestras heridas.

La mentalidad de servicio implica una disposición a poner las necesidades de los demás por encima de las nuestras, siguiendo el ejemplo de Jesús, quien «no vino para ser servido, sino para servir y dar su vida en rescate por muchos» (Marcos 10:45). Y de algún modo sí que lo vivimos y podemos afirmar cada mañana nuestra disposición de servir: serviam!. Sí, podemos afirmar que vivimos entregados, que estamos disponibles, que aceptamos los encargos, etc… Sí, nos damos, pero ¿estamos enamorados? En efecto, cultivar un corazón de pastor, es decir, una compasión profunda y genuina por los demás, no es un camino fácil. Requiere un esfuerzo constante y una transformación interior que va más allá de la simple intención.

  • Anécdota: El actor venezolano Marcano y cómo se prepara con estudio, yendo a loslugares donde vivió, infancia, familia, etc para interpretar lo más genuino que pueda el papel de un personaje histórico… Y la afirmación de que el camino que va de la mente al corazón es de 1000 km, es decir, es un camino largo y arduo. Por eso, aunque tengamos mente de servicio, la verdadera compasión hemos de procurar cultivarla a lo largo de toda nuestra vida.

Porque Dios necesita también de nuestra compasión, que se convierte entonces también la puerta de entrada de Dios, para nuevas realidades, convirtiéndose en causa y fuente de la esperanza. De algún modo Dios ‘necesitaio’ nuestra misericordia y compasión.

  • Anécdota de D Alvaro y el japonés del UNIV que no participaba en nada. Cuando se lo presentaron a DAlv, preguntó si podía darle un abrazo (no es costumbre entre los japoneses) y dijo que sí, entonces le abrazó suavemente pero con mucho cariño. A partir de ahí cambió su actitud. Cuando le preguntaron el por qué, comentó: ‘ese hombre no me conoce pero he sentido que me quiere de verdad’. Este cariño  fue la puerta por la entró Dios en su corazón

En la Carta a los hebreos, se compara el sacerdocio de la Antigua Alianza con el de la Nueva Alianza, observándose que el sacerdocio antiguo era externo y no tenía relación con el corazón. En el Antiguo Testamento nunca se habla del corazón del sacerdote. El culto antiguo se basaba en la Ley y se cumplía mediante ritos externos y sacrificios de animales, sin involucrar el corazón del sacerdote.

La gran aportación de Jesús fue reemplazar el culto externo y convencional con un culto personal y existencial que nacía de su corazón. El sacerdocio de Cristo establece la Nueva Alianza, la cual nos otorga (don) a los creyentes un corazón nuevo (odres nuevos), donde se derrama el Espíritu Santo (vino nuevo). Para fundar esta Nueva Alianza, Jesús aceptó una transformación sacrificial de su corazón, convirtiéndolo en un corazón nuevo. En la Nueva Alianza, la cuestión del sacerdocio y del culto es fundamentalmente una cuestión del corazón.

  • Todo esto estaba profetizado. En un oráculo de Jeremías, Dios promete una transformación del corazón, afirmando que en la Nueva Alianza escribirá su Ley en el corazón de los creyentes. Esto contrasta con la Ley escrita en piedra, que no podía crear una unión verdadera entre Dios y el pueblo, ya que era algo externo. Jeremías profetiza que los creyentes tendrán un corazón dócil y amoroso, dispuesto a cumplir la voluntad de Dios y a tener una relación profunda con Él. Ezequiel, expresando una idea similar, promete en nombre de Dios un corazón y un espíritu nuevos, enfatizando la necesidad de un cambio radical: «Os daré un corazón nuevo, meteré dentro de vosotros un espíritu nuevo, pondré mi espíritu dentro de vosotros» (Ez 36,26.27).

Pero ¿en qué consiste la novedad de la transformación sacrificial de su corazón? Me parece que el misterio de la Redención radica en que el Hijo de Dios asumió una naturaleza humana marcada por el pecado, descrita por San Pablo como «una semejanza de carne de pecado» (Romanos 8,3). Esta naturaleza humana necesitaba una transformación interior, que Jesús realizó en su pasión para otorgar al hombre un corazón nuevo, dócil a Dios y abierto al amor divino. En efecto, la pasión de Jesús fue un tiempo de inmenso dolor y lucha interna. Jesús demostró tener un corazón humano expuesto al sufrimiento y la angustia, sin embargo, asumió una actitud de completa docilidad hacia el Padre («no se haga mi voluntad, sino la tuya«). La Carta a los Hebreos afirma que Jesús «aprendió con sus sufrimientos la obediencia» (Hebreos 5,8). Cristo aceptó que su corazón sufriera profundamente para transformarlo en un corazón nuevo, que nos ofrece y establece una apertura total a Dios y a los demás: “aprended de mí que soy manso y humilde de corazón” (corazón sacerdotal que establece la relación con Dios en la humildad y con los hermanos en la mansedumbre). Jesús se convirtió en el perfecto sacerdote (mediador entre Dios y los hombres) a través de su Pasión, transformando su corazón humano para hacerlo el centro y la fuente de la Nueva Alianza.

La expresión “haced esto en memoria mía”, aunque se refiere a lo que acontece en la última Cena, también hace referencia al contexto más amplio de los acontecimientos del momento. No lo olvidemos, el sacrificio de Cristo fue un acto de misericordia extrema, en el que una pena capital injusta y brutal es transformada -por el corazón- en ofrenda obediente de misericordia al Padre: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen… Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu” (Lucas 23,34. 46). Los apóstoles y todos somos así asociados al movimiento de misericordia del corazón de Cristo. Desde ese momento, el verdadero culto se actúa en un movimiento de misericordia hacia los hermanos en la docilidad plena al amor del Padre.

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