El Reino de Dios y el lenguaje simbólico de Jesús

The hand of Christ is depicted by Lucas Turnbloom in an illustration for Easter. The Easter season begins with the celebration of the Resurrection, April 16 this year in the Latin Church. (CNS illustration/Lucas Turnbloom, The Southern Cross) (April 4, 2006)

Esta entrada pertenece a ¿Qué sabemos de Jesús de Nazaret?

Pero para el anuncio del reino e Dios, Jesús no solo habla en parábolas, también, y con igual o mayor intensidad, emplea gestos, símbolos y signos. A esto dedicaremos esta entrada.

Los gestos de Jesús

Los gestos de Jesús con frecuencia llegan a ser auténticas «acciones simbólicas». Por ejemplo: al abraza a los niños que le presentan, o al imponerles las manos y bendecirles (Mc 10,16); al mirar con amor al joven rico (Mc 10,21); al compartir la mesa con publicanos y pecadores (Mc 2,15); al lavar y secar los pies de los discípulos (Jn 13,3-5); al cura enfermos, y tocarlos o imponerles las manos (Mc 6,5; Mc 1,31; Mc 5,41), al tocar al leproso (Mc 1,41); meter los dedos en los oídos y tocar la lengua con saliva de un sordomudo (Mc 7,33); al escupir en los ojos de un ciego y le impone las manos (Mc 8,23) o cuando hace barro con tierra y saliva y se lo junta en los ojos al ciego de Siloé (Jn 9,6-7). Muchos de estos gestos eran parte de la cultura antigua, pero Jesús añade siempre algo más, algo sorprendente.

Con sorprendente frecuencia, los gestos corporales de Jesús se transforman en acciones simbólicas. Por ejemplo, cuando: Entró de nuevo en la sinagoga. Había allí un hombre que tenía una mano seca y estaban espiando a Jesús a ver si lo curaba en sábado, para poder acusarlo. Dice entonces al hombre que tenía la mano seca: «Ponte ahí delante». Luego les dice: «¿Es lícito en sábado hacer bien o hacer mal, salvar una vida o dejarla perecer?». Pero ellos guardaban silencio. Y mirando en torno con ira, apenado por la dureza de su corazón, dice al hombre: «Extiende la mano». Él la extendió y la mano se le quedó sana. Los fariseos, apenas salieron, junto con los herodianos, en seguida acordaron en consejo contra Jesús la manera de acabar con él. (Mc 3,1-6). Aquí no hay dudas: la curación se convierte en una demostración de la actitud de Jesús sobre dar prioridad al criterio de la voluntad de Dios (lo que Dios querría, lo que le agradaría mas, etc.) para llegar a hacer una correcta interpretación de la Torá. La fórmula «hacer la voluntad de Dios» significa en sí -en Israel- la observancia de la Torá.

Algo parecido ocurre con lo que parece la institución de la «nueva familia» de los discípulos de Jesús en Mc 3, 20-35; o con la institución de los Doce en Mac 3, 13-19. En ambos casos parece haber una institucionalidad jurídica que expresa la reunificación de Israel que acompaña a la venida del reino. Las acciones simbólicas de Jesús abren una nueva realidad, crean sentido, establecen una situación objetiva en la que se puede penetrar. Con la institución de los Doce y con su proclamación del reino de Dios se inicia ya la existencia del Israel del fin de los tiempos. Jesús ha creado y fundado la Iglesia (surgida después de Pascua) a partir de este Israel del tiempo del fin, que quiso reagrupar.

El celibato de Jesús y el Reino De Dios

Mientras proseguían su marcha, uno le dijo por el camino: «Te seguiré adondequiera que vayas». Y Jesús le contestó: «Las zorras tienen madrigueras y las aves del cielo nidos, pero el Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza» (Lc 9,57-58). Es decir, si quieres seguirme, correrás probablemente la misma suerte que yo. El Hijo del hombre no tiene dónde reclinar la cabeza. La frase es elocuente. Pensemos en el amor familiar como fuente de comprensión y descanso mutuo entre los esposos o entre padres e hijos. Jesús no ha tenido nada de esto. ¿Por qué? La respuesta se encuentra en Mateo 19,12. Hay incapacitados para el matrimonio que nacieron así del seno materno y hay incapacitados a quienes así los hicieron los hombres y hay incapacitados que ellos mismos se hicieron así por el reino de los cielos. El que sea capaz de aceptarlo, que lo acepte. (el texto griego es fuerte, se habla de «eunucos» y de «convertir en eunuco», de «castrar» y de «castrador»). En efecto, Jesús hace aquí una declaración indirecta sobre su propio celibato: su celibato no era algo marginal, estaba profundamente vinculado a su entrega absoluta al reino de Dios. El celibato es parte esencial a su persona y misión.

La fascinación del Reino de Dios

¿De dónde puede extraerse la fuerza necesaria para un seguimiento como el que Jesús exige? La respuesta la encontramos en esta doble parábola: El reino de los cielos se parece a un tesoro escondido en el campo. Un hombre lo encuentra y lo vuelve a esconder. Y se va lleno de alegría, vende cuanto tiene y compra el campo aquel. También se parece el reino de los cielos a un comerciante en perlas finas. Encontró una de mucho valor, fue a vender cuanto tenía y la compró. (Mt 13,44-46). Aquí Jesús parece estar narrando algo de su propia historia y de la decisión fundamental de su vida. Aquí tenemos la clave de la alegría, de libertad interior y del carácter inquebrantable de Jesús. Las imágenes de banquetes, de las bodas, de riquezas, de la ley de sobreabundancia, etc… siguen insistiendo en esta alegría y fascinación que ejerce el Reino en quienes lo encuentran.

Los milagros de Jesús

Toda la actuación pública de Jesús está marcada por lo que los evangelios llaman «hechos poderosos» (dynameis) y «signos» (semeia), los denominados «milagros». Pero dada su importancia los vamos a estudiar en otro apartado, para no alargar demasiado esta entrada.

La radicalidad de los planteamientos de Jesús

Jesús expresa con todo lo que hace —y sobre todo en sus acciones simbólicas— que estamos ante el inicio del Israel del fin de los tiempos. Por ejemplo, a uno que quiere seguirle, pero le suplica que le permita ir primero a despedirse de su familia, Jesús le dice: Ninguno de los que echa la mano al arado y vuelve la vista atrás es apto para el reino de Dios. (Lc 9,62). No tranquiliza, no suaviza, dice la verdad sobre los hombres y sobre la situación en que se encuentran: Si, pues, tu ojo derecho es para ti ocasión de pecado, sácatelo y arrójalo de ti; porque más te vale perder uno solo de tus miembros que ser arrojado todo tu cuerpo a la gehenna. Y si tu mano derecha es para ti ocasión de pecado, córtatela y arrójala de ti; porque más te vale perder uno solo de tus miembros que ir todo tu cuerpo a la gehenna. (Mt 5,29-30; Marcos añade los pies: Mc 9,45). Pero ¿por qué precisamente el ojo derecho y la mano derecha? Porque «lo derecho» era para aquellos hombres lo mejor, lo más importante. Por eso cuando afirma que: La ley y los profetas [llegan] hasta Juan. A partir de aquí se abre paso el reino de Dios con violencia y los violentos se apoderan de él. (cf. Mt 11,13.12 / Lc 16,16); es como si dijera: «el reino de Dios se abre paso con poder. Nadie puede detenerle, porque es obra de Dios. Y solo participan en él quienes lo arriesgan todo por él y están dispuesto a ejercer violencia contra sí mismos si fuera necesario«. Y en otro sitio explicará que: Quien quiera poner a salvo su vida, la perderá, pero quien pierda su vida por mí, la pondrá a salvo. (Lc 9,24).

La doble vida y el Reino son imposibles para Jesús: Nadie puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o se interesará por el primero y se despreocupará del segundo. No podéis servir a Dios y al Dinero. (Mt 6,24) Es decir, cuando se trata de Dios y del reino de Dios, solo puede haber lugar para una entrega no compartida. Esta «totalidad» y esta «indivisión» aparecen una y otra vez en las instrucciones de Jesús. Están íntimamente vinculadas a la incondicionalidad que exige el comportamiento con Dios.

Quizás la escena que mejor refleje este espíritu y su razón de ser sea el de la viuda pobre: Estaba [Jesús] sentado frente al tesoro y observaba cómo la gente echaba en él monedas de cobre; eran numerosos los ricos que echaban mucho. Llegó también una pobre viuda que echó dos monedas muy pequeñas, equivalentes a un cuarto de as. Llamó entonces a sus discípulos junto a sí y les dijo: «Os aseguro que esta viuda pobre echó más que todos los demás en el tesoro. Porque todos ellos echaron de lo que les sobraba, pero esta, de su pobreza, echó todo cuanto poseía, todo lo que tenía para vivir». (Mc 12,41-44). La ofrenda de la viuda se sitúa tras el telón de fondo del reino de Dios. Dios se ha inclinado con inmenso amor hacia el hombre, de un forma total e incondicional, sin reservas trae al mundo gracia en sobreabundancia. Esto acontece ahora, y acontece en Israel, en la nueva convivencia que Jesús crea. Quienes experimentan todo esto han de dar una respuesta acorde: amor con amor se pagan, la respuesta ha de ser adecuada al inmenso amor de Dios, de corazón entero, de existencia total: la ofrenda de la pobre viuda es una señal, un símbolo de esta «totalidad». Al situar Marcos la escena de la viuda justo antes del discurso del fin de los tiempos (Mc 13) y del inicio de la historia de la pasión (Mc 14,1), nos esta diciendo que el don de la viuda es imajen la «totalidad» de la entrega de la vida de Jesús.

El simbolismo de la Pasión

Es, asimismo, imprescindible hablar también de (1) la entrada solemne de Jesús en la ciudad de Jerusalén (Mc 11,1-11), (2) de la subsiguiente purificación del templo (Mc 11,15-19) y (3) de su gesto del pan y del vino en la última cena (Mc 14,22-25). Se trata de tres acciones simbólicas íntimamente cohesionadas entre sí y que son el pórtico de la pasión de Jesús.

Con cada acción está dando sentido e interpretando su muerte. En la última cena vuelve sobre la institución de los Doce, con ellos quiere cenar. Con la precedente entrada en la ciudad y la purificación del templo, Jesús se había dado a conocer como el Mesías de Israel y como aquel a quien correspondía someter también el templo al reino de Dios, al fin de los tiempos, que sería enteramente santo y enteramente acorde con Dios. Mediante las palabras sobre el cáliz, convierte su vida y su muerte en el lugar de la expiación para Israel (y a una con ello también para los pueblos). De esta manera, queda naturalmente reinterpretado el concepto del templo y convertido en un nuevo campo de referencia. Su centro más íntimo no lo constituyen ya los numerosos sacrificios, sino el sacrificio único de la vida, la entrega de la vida de Jesús. El mismo es el «lugar» nuevo y definitivo de la expiación.

Cuando la tradición neotestamentaria habla de la MUERTE EXPIATORIA de Jesús, quiere decir que él, con su muerte —que fue total y absolutamente una muerte por los demás, agape en su sentido más radical— ha roto la conexión de desdicha y perdición del mundo y ha creado un nuevo suelo sobre el que es posible superar las consecuencias del pecado. Este nuevo suelo solo es posible en virtud de la entrega de Jesús por Israel hasta la muerte. Juan lo expresa muy bien: Estaban junto a la cruz de Jesús su madre y la hermana de su madre, María, la de Cleofás, y María Magdalena. Cuando Jesús vio a su madre, y de pie junto a ella al discípulo a quien él amaba, dice a su madre: «Mujer, ahí tienes a tu hijo». Luego dice al discípulo: «Ahí tienes a tu madre». Y desde aquel momento el discípulo la acogió en su casa. (Jn 19,25-27). Jesús funda una nueva familia, es decir, el nuevo suelo, el lugar en el que es posible la verdadera reconciliación con Dios y de los unos con los otros. Esta posibilidad no la podían crear los hombres, porque el perdón debía venir de «arriba», tenía que venir de la cruz, tenía que ser instituida por la muerte de Jesús.

Toda simbología y acción gestual de Jesús apuntaba a su muerte y resurrección. Y es precisamente en la muerte y resurrección de Jesús donde alcanza su profundidad última y definitiva la predicación del reino de Dios. Cuando en la última cena interpreta su muerte inminente como MUERTE EXPIATORIA vicaria, nos está indicando que es en su muerte donde se nos proporciona el lugar -familiar- en el que pueden ser eliminadas la culpa y las consecuencias de la culpa.

Fuentes:

  • Fuente principal: Lohfink, Gerhard. Jesús de Nazaret: Qué quiso, quién fue (Biblioteca Herder) (Spanish Edition)
  • El sacrificio expiatorio y el Cordero Pascual
  • W. Bauer, Griechisch-deutsches Wörterbuch, Berlín, 61988
  • P. Brown, Welten im Aufbruch. Die Zeit der Spätantike. Von Mark Aurel bis Mohammed, Bergisch Gladbach, 1980 (trad. cast.: El mundo en la Antigüedad tardía. De Marco Aurelio a Mahoma, Madrid, Taurus, 1989).
  • A. Stegmann, Des heiligen Atanasius Schriften, vol. II (KV), Kempten, 1917,
  • J. Ratzinger, en Pastoralblatt, Colonia, marzo de 1988, citado en R. Pesch, Über das Wunder der Brotvermehrung, oder: Gibt es eine Lösung für den Hunger in der Welt?, Frankfurt del Meno, 1995
  • G. Lohfink y R. Pesch, «Volk Gottes als “Neue Familie”», en J. Ernst y S. Leimgruber (dirs.), Surrexit Dominus vere. Die Gegenwart des Auferstandenen in seiner Kirche. FS Erzbischop Johannes Joachim Degenhardt, Paderborn, 1995.
  • N. Lohfink, Kirchenträume. Reden gegen den Trend, Friburgo de Brisgovia, 1982
  • B. Lang, art.: «Ehe», en NBL I
  • G. Lohfink, «Jesus und die Kirche», en W. Kern, H. J. Pottmeyer y M. Seckler, Handbuch der Fundamentaltheologie, vol. 3 (UTB 8172), Tubinga, Basilea, 22000.
  • H. Merklein, Die Gottesherrschaft als Handlungsprinzip. Untersuchung zur Ethik Jesu (fzb 34), Wurzburgo, 31984
  • G. Häfner, «Gewalt gegen die Basileia? Zum Problem des Auslegung der “Stürmerspruches” Mt 11,12», ZNW 83 (1992)
  • M. Wolter, Das Lukasevangelum (HNT 5), Tubinga, 2008
  • Billerbeck, vol. 2
  • Rabí Eliezer, Babylonischer Talmud, Jebamot 63 b; Rabí Eleazar, ibid., 63 a
  • J. Blinzler. «Eisin eunuchoi», ZNW 48 (1957)

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