El reinado de Jehú (841-814 a.C.)

Jehú es uno de esos personajes tampoco es muy conocido por el lector de la Biblia. Tenemos de él un bajorrelieve asirio, del obelisco de Salmanasar III del British Museum de Londres, en el que aparece en una posición humillante (detalle): está postrado en tierra ante el rey Salmanasar III mientras le paga el tributo. Este tributo según los anales del rey asirio fue impuesto en su campaña del año 841 a.C. Su adversario principal esa vez fue Jazael, rey de Damasco, el que erigió la estela de Dan, y Salmanasar le denomina allí: “hijo de nadie”, algo así como un usurpador del trono (esto se confirma por lo que dice 2 Re 8,7-15), y a Jehú le llama “hijo de Omrí”, aunque fue quien precisamente puso fin a esa dinastía; quizás se le seguiría llamando así por la inercia de la diplomacia asirio.

Jehú nos ofrece otro de esos contrastes bíblicos en los que vemos claramente como la intención teológica es más fuerte que la precisión y objetividad histórica. Por ejemplo, el profeta Oseas (750-720 a.C.; en el reino del Norte) en Os 1,4 pronuncia un oráculo muy negativo de él: “tomaré cuenta a la familia de Jehú por la sangre derramada en Yezrael, y pondré fin a la realeza de casa de Israel”; precisamente en esta llanura de Yezrael fue donde Jehú se desembarazó de Jorán, último descendiente de la casa de Omrí para hacerse con el trono de Samaría (2 Re 9,15-37). Pues bien este final violento de Jorán, motivo de castigo para Jehú según Oseas, es considerado por 2 Re 9-10 como un castigo justo debido a la impiedad de los reyes de la casa de Omrí (haciendo referencia especial al asesinato de Nabot por Ajab y Jezabel), exculpando de algún modo a Jehú o considerándole instrumento de dicho justo castigo. Pero según Oseas fue precisamente la violencia del golpe militar de Jehú lo que provocará a la larga el final trágico del reino del Norte. Sin embargo en 2 Re 9-10 se exalta a Jehú, el reformador religioso, fiel a Yavhé, del reino del Norte, que fue consagrado rey por un profeta (2 Re 9,1-13) enviado expresamente por Eliseo y que fue apoyado por un grupo los recabitas (2 Re 10,15-16 y Jer 53,5-15) que vieron en él un restaurador de la religión y costumbres antiguas.