Revelación divina e historia

En la constitución Dei Verbum (DV), n.2, se dice: Quiso Dios, con su bondad y su sabiduría, revelarse a sí mismo y manifestar el misterio de su voluntad: por Cristo, Verbo encarnado, y con el Espíritu Santo, pueden los hombres llegar hasta el Padre y participar de la naturaleza divina. En esta revelación, Dios invisible, movido de amor, habla a los hombres como amigos, tratando con ellos, para invitarlos y recibirlos en su compañía.

Dios se ha dado a conocer por medio de la naturaleza: Dios, creando y conservando el universo por su Palabra, ofrece a los hombres en la creación un testimonio perenne de sí mismo ( DV 3). Pero ha querido manifestarse al hombre
de un modo más personal: Queriendo abrir el camino de la salvación sobrenatural, se reveló desde el principio a nuestros primeros padres. Después de su caída los levantó a la esperanza de la salvación con la promesa de la redención; después cuidó continuamente del género humano, para dar la vida eterna a todos los que buscan la salvación con la perseverancia en las buenas obras. Al llegar el momento, llamó a Abrahán para hacerlo padre de un gran pueblo. Después de la edad de los patriarcas, instruyó a dicho pueblo por medio de Moisés y los profetas, para que lo reconocieran a Él como Dios único y verdadero, como Padre providente y justo juez; para que esperara al salvador prometido. De este modo fue preparando a través de los siglos el camino del Evangelio (DV 3).

Lo habitual ha sido que las obras realizadas por Dios fueran acompañadas, o relacionadas, con palabras que permitían conocer con precisión lo que Dios quería dar a conocer a su pueblo al intervenir de ese modo concreto: La revelación se realiza por obras y palabras intrínsecamente ligadas; las obras que Dios realiza en la historia de la salvación manifiestan y confirman la doctrina y las realidades que las palabras significan; a su vez, las palabras proclaman las obras y explican su misterio (DV 2).

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