El Pentateuco como pórtico a la historia de Israel

En esa historia está bien atestiguado que hubo un reino importante, Israel, establecido en los altos de Efraín y cuyo dominio se extendió a las regiones limítrofes durante un par de siglos, pero cuya capital Samaría sucumbió al poder asirio a finales del siglo VIII a.C. Mientras tanto en el Sur había una serie de ciudades, entre ellas Jerusalén con un control de territorio limitado a sus alrededores. A partir del reinado de Ezequías, en el siglo VII, Jerusalén tomó realmente las características de una capital y en ella pudo haber una corte real de cierta importancia. También ella sucumbió al poder extranjero, en este caso babilónico, en el siglo VI a.C. Hubo unas décadas muy difíciles, con no pocos movimientos de población, que acabaron por cambiar la fisonomía de Palestina. A partir de la política unificadora de Ciro el persa en todo su imperio, se propiciaron unas circunstancias culturales extraordinariamente fecundas para la composición de una literatura religiosa que sirviera para instruir al pueblo.

Como se ha expuesto, uno de los elementos de situación actual acerca de la crítica literaria del Pentateuco es el cuestionamiento del origen y misión del “yahvista” en la composición del Pentateuco, al menos si se entiende el yahvista tal y como lo formula la hipótesis de Wellhausen. A partir de los análisis de F. Winnet y H. H. Schmid parece claro que no se puede seguir hablando de un “yahvista salomónico”, lo que es perfectamente razonable a la luz de la historia. Además, los análisis comparativos demuestran la relación entre el yahvista y la tradición deuteronomista

La tradición deuteronomista, que ciertamente recoge algunos elementos de las tradiciones religiosas y cultuales del reino del Norte y otros de origen jerosolimitano, bien pudo ir formándose en el siglo VII a.C. a partir del reinado de Ezequías y el crecimiento en esplendor de Jerusalén. Es posible que se desarrollara en un círculo de altos oficiales de Jerusalén que poco después llegarían a tener una notable influencia en la vida pública y que inspirarían el resurgir religioso impulsado por Josías.

Precisamente, un punto clave de la situación actual es la afirmación de que la primera redacción historiográfica era deuteronomista. En esa línea son relevantes los estudios de J. van Seters, cuya hipótesis afirma que la primera redacción de una historia continuada es deuteronomista y abarca desde Deuteronomio hasta el libro segundo de los Reyes. Después vendría la redacción coincidente con la denominada “yahvista”, que no es sino una visión deuteronomista de las tradiciones más antiguas, y está concebida como una introducción a la historia deuteronomista ya existente. Los textos sacerdotales no serían sino pequeñas añadiduras al relato ya existente.

Por su parte, los “estudios sobre la composición del Pentateuco” de E. Blum conciben el texto del Pentateuco como una síntesis de compromiso entre dos “composiciones” tardías, una de origen deuteronomista y otra sacerdotal (KD y KP), en las que se recogen tradiciones más antiguas debidamente reelaboradas. En todos los casos habría que fijar el final de la labor redaccional en el periodo post‑exílico, en el que Judá era una provincia persa.

Por lo que se refiere a la procedencia de los materiales que el último redactor tiene a su alcance, la crítica actual camina hacia un cierto consenso en conceder una importancia decisiva a la escuela deuteronomista. No obstante el deuteronomista no parte de la nada en su redacción, sino que trabaja sobre unas tradiciones que le han llegado. También se reconoce la existencia de unos textos específicos, llamados “sacerdotales”. Pero en este aspecto hay un notable desacuerdo acerca de si constituyeron una obra literaria autónoma, o se trata de un simple estrato redaccional que ha dejado sus huellas en el texto básico deuteronomista.

Por su parte, como se verá, los investigadores contemporáneos de la historia deuteronomista están de acuerdo en reconocer (aunque con diversidad de matizaciones) la existencia de unos materiales previos a la primera redacción, así como la importancia de la experiencia del exilio para la redacción definitiva. La redacción definitiva habría de ser ciertamente post‑exílica. Por otra parte, los lazos de unión entre la composición de la historia deuteronomista y la del Pentateuco parecen incuestionables.

Uno de los problemas más complejos en ambos casos es el de la redacción del texto en su forma final. Entre otros motivos, como ya se ha dicho, porque no hay un acuerdo de a qué se puede llamar “forma final”. En efecto, cada vez más se va extendiendo la consideración de que el Tetrateuco fue concebido como un grandioso prólogo a esa historia. Consecuentemente, ambos constituyen como dos etapas sucesivas del mismo fenómeno de producción literaria, obra de los redactores de la escuela deuteronomista.

Esto viene ratificado por el hecho de que algunos estudios críticos recientes están poniendo en evidencia que hay elementos redaccionales deuteronomistas que son indudablemente posteriores a textos de carácter sacerdotal. Sin embargo, en el canon bíblico el Deuteronomio ha sido desgajado de su posible posición inicial para formar junto con los otros cuatro libros la Torah o Pentateuco. En esta última operación se debieron introducir algunos retoques en el conjunto por redactores de escuela sacerdotal, aunque parece que son tan pequeños que no alteran sustancialmente la redacción deuteronomista, a la que tal vez pueda considerarse como “final”, aunque sean posteriores.

Como se puede apreciar en la mayor parte de los estudios actuales, todos los indicios apuntan a la época persa como la decisiva para la mayor parte del proceso de composición de los libros sagrados acerca de la historia de Israel. Se trata precisamente de esa época en la que consta que la propia organización imperial persa estaba decidida a favorecer las iniciativas que surgieran para la composición literaria de obras que sirvieran como marco de referencia unitario para las creencias y la vida de la población, y que pudieran ser bien acogidas por ella al reflejar valores tradicionales.

La historia antigua de Israel, desde la óptica del historiador actual, es semejante a la de otros reinos pequeños del Próximo Oriente: Ammón, Moab o Edom. Lo peculiar de la Biblia radica en la perspectiva desde la que aprecia los acontecimientos. La historia bíblica constituye una visión creyente de la realidad. Los autores bíblicos percibían los avatares históricos con los ojos de la fe. La óptica creyente de los autores bíblicos les hace comprender que ningún suceso tiene su origen por casualidad: el mundo está en las buenas manos de Dios, y el mismo Señor conduce la historia a buen puerto. Los autores bíblicos confesaban sin ambages la actuación de Dios en la historia y en la entraña de cada ser humano. La vida de Israel está guiada por Yahvé, Señor de la Historia. Esta certeza constituye el prisma a través del cual en AT percibe la sucesión de todos los acontecimientos.

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