Pentateuco: sentido teológico

La enseñanza del Pentateuco es fundamentalmente de carácter religioso: muestra cómo Dios actuó en la historia humana haciendo surgir el pueblo de Israel, y enseña la respuesta que el pueblo debía dar a Dios. Esta parte de la Biblia presenta, por tanto, el fundamento de la fe y de la religión de Israel. La historia de la manifestación de Dios expuesta en el Pentateuco es al mismo tiempo historia del conocimiento del verdadero Dios por parte del hombre. A través de profundas experiencias históricas y mediante las palabras de quienes hablaban en Su nombre, Israel llegó al conocimiento de Dios único y trascendente, omnipotente, salvador y misericordioso (Cf. Ex 34,1‑6). Tal es la imagen de Dios que ofrece el Pentateuco.

 El Pentateuco enseña que Dios actúa en la historia humana eligiendo a un pueblo para ser instrumento de salvación respecto a los demás. Esta “elección”, fundada en el amor gratuito, constituye la clave para comprender el desarrollo de la historia que presenta no sólo el Pentateuco, sino toda la Biblia. En el Pentateuco comienza propiamente con la elección de un hombre, Abrahán, y alcanza a todo el pueblo de Israel bajo la mediación de otro elegido, Moisés.

La elección va acompañada de la “promesa”. El Pentateuco es también el libro de las promesas. A Abrahán y los patriarcas se les promete la tierra de Canaán y una descendencia numerosa. Al pueblo, rescatado de Egipto, se le vuelve a prometer la tierra, e incluso a toda la descendencia de Adán se le promete la libe-ración y la victoria frente al mal (Cf. Gen 3,15).

Elección y promesa se ratifican en la “alianza”. El centro del Pentateuco lo constituye la Alianza de Dios con su pueblo por mediación de Moisés. Pero en esa Alianza viene a culminar una historia de alianzas que comienza con Adán en el paraíso, y continúa con Noé, Abrahán y los patriarcas hasta Moisés. Israel se considerará con razón a sí mismo como el pueblo de la Alianza.

La Alianza lleva consigo la “Ley, que viene a ser como el conjunto de estipulaciones que el pueblo, por su parte, ha de cumplir para mantener su pacto con Dios. En este contexto, la Ley adquiere un profundo significado pues el asumirla libremente significa la aceptación agradecida de la elección, y el cumplirla representa el deseo sincero y eficaz de conseguir el don de la promesa. La ley de Dios aparece así ella misma como un don, pues este término no sólo designa su aspecto de “norma”, sino el de la intervención salvadora de Dios de la que habla toda la Ley.

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