El rey Ajab (875-853 a.C.) y los primeros conatos del imperio asirio.

 

Ajab, hijo de Omrí, es mejor conocido en la Biblia que su padre, y es presentado como el verdadero prototipo de la impiedad en el AT. Quizás nos vengan a la memoria episodios como los choques entre Jezabel y Elías; el episodio del sacrificio en el monte Carmelo (1 Re 18); la huida de Elías al monte Orbe (1 Re 19); y el relato de la viña de Nabot (1 Re 21).

 

La arqueología revela que Ajab fortificó algunas ciudades situadas en posiciones estratégicas. Además de Samaría, fortificó la ciudad de Jasor, situada al norte del mar de Tiberiades, una ciudad que cierra el valle del Jordán, y la ciudad de Meguido, una ciudad que domina un paso estratégico en el monte Carmelo entre la llanura del norte Yezrael y la del sur Sharon.

 

Cuando Salmanasar III en el año 853 a.C. en su campaña de expansión hacia el oeste y buscando la salida al mar de Asiria tiene que hacer frente a una coalición de pequeños reinos que se aliaron para detenerle, no es de extrañar que se haga mención en la estela conmemorativa de la batalla a Ajab. Salmanasar recuerda que Ajab estaba presente con 2000 carros y 10.000 soldados; era el ejército más importante de la coalición y fue en la ciudad de Qatar, ciudad de Siria bañada por el Orontes donde tubo lugar la batalla.

La Biblia no menciona esta batalla, sino que concede mucha más importancia a los problemas religiosos del reino del Norte y a la figura de Elías, esto confirma que el interés del escritor inspirado no está centra en los hechos históricos en sí, sino en elementos religiosos mucho más profundos para él. La intención teológica es más fuerte que la precisión histórica: por ejemplo en 1 Re 21, 19 se dice que Elías profetizó la muerte de Ajab donde murió Nabot (en Yezrael), y pocos versículos más abajo se dice que se confirma la profecía pero Ajab muere en Samaría según 1 Re 22,37-38, esta incoherencia geográfico-histórica es compatible con la idea religiosa de anuncio del castigo (1 Re 21) y cumplimiento del mismo (1 Re 22): la muerte violenta de un rey era considerada como un castigo divino y por tanto se confirmaba así aquella profecía.

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