Sentido teológico del Éxodo

La historia de Israel en Egipto contiene varios de los elementos esenciales en la revelación del Antiguo Testamento, porque recoge con tono grandioso y con el estilo de la épica religiosa la elección y la liberación de Israel, lo que lo convertiría definitivamente en un pueblo que es propiedad del Señor. Su redacción va encaminada a exaltar la grandeza del Señor que ha realizado tantos portentos y a poner de relieve la dignidad del pueblo de Israel, depositario de tantos beneficios. Los acontecimientos salvíficos narrados en el libro del Éxodo fundamentan la historia y la religiosidad israelita, y permanecerán vivos en la memoria del pueblo.

La fórmula «Dios sacó a Israel de Egipto» y la más amplia «Dios sacó a Israel de Egipto con mano poderosa y brazo extendido» aparecen en el Antiguo Testamento más de setenta y seis veces, contando las referencias del Pentateuco, las de los Salmos y las de los libros proféticos.

Cuando en la Biblia se contrastan los beneficios de Dios con los pecados del pueblo, la liberación de Egipto es presentada como una muestra de predilección por parte de Dios, que no siempre ha sido adecuadamente valorada por Israel: «Yo os subí del país de Egipto y os conduje por el desierto… Pero vosotros habéis conminado a los profetas, diciendo ¡No profeticéis!» (Am 8,10‑12). Y también refleja la elección permanente de que es objeto el pueblo: «Cuando Israel era niño, lo amé. Y de Egipto llamé a mi hijo» (Os 11,1). El recuerdo de estos acontecimientos salvíficos mueve a penitencia: «Pueblo mío, ¿qué te he hecho o en qué te he molestado? Respóndeme. Verdad es que te hice subir del país de Egipto y de la casa de esclavitud te redimí» (Miq 6,3‑4; Cf. Jer 2,5‑6). También al describir las penalidades que la invasión asiria (721 a.C.) y la deportación babilónica (589 a.C.) traerán consigo, se recuerda esa época de esclavitud: Se volverán al país de Egipto, Asur será su rey, porque se han negado a convertirse (Os 1 l,5).

Pero el recuerdo de la estancia y liberación de Egipto es, sobre todo, fundamento de esperanza, porque Dios que realizó tantos prodigios en la epopeya del éxodo, está dispuesto a repetirlos para conseguir una liberación nueva y más duradera. Así la vuelta del destierro de Babilonia es descrita como un nuevo y glorioso éxodo: «Así dice el Señor que trazó un camino en el mar… ¡No recordáis lo antiguo…! He aquí que voy a realizar algo nuevo. En el desierto trazará un camino y ríos en el páramo … Y el pueblo que yo he formado cantará mis alabanzas» (Is 43,16‑21; Cf. 55,11‑12; 52,1‑1, etc.). Puesto que el éxodo trajo consigo la creación del pueblo como tal, el retorno de la deportación, descrita como un nuevo éxodo, equivale a una nueva creación (Cf. Is 42,5‑6; 44,24‑28; 45,12‑13; 51,9‑10).

El «memorial» de la liberación de Egipto es un elemento de profundísima raigambre en la liturgia y espiritualidad del pueblo elegido. No se trata sólo de los recuerdos de unos acontecimientos del pasado trasmitidos de padres a hijos, sino la proclamación solemne de las maravillas obradas por Dios. Cuando este “memorial” se actualiza en la cena pascual los acontecimientos se hacen, de alguna manera, presentes y actuales, a fin de conformar la vida de cada uno a esos acontecimientos que se reviven.

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