Sentido teológico de los libros de Esdras y Nehemías

Los libros de Esdras y Nehemías tratan de la restauración material y de la reorganización de la vida social en Judá después del Exilio de Babilonia. Los diversos acontecimientos que configuran esta etapa de la restauración forman parte de un proyecto unitario de Dios, aunque su realización tuviera lugar en diversos momentos, durante el reinado de varios monarcas persas sucesivos (Cf. Esd 6,14). Esos sucesos constituyen una nueva etapa en la historia de la salvación, en continuidad con las precedentes. Dicha continuidad viene subrayada por las genealogías que sirven para atestiguar los lazos existentes entre la población que lleva a cabo la restauración y el pueblo que había vivido en esa tierra hasta el Destierro. Se trata de diversas generaciones de personas, pero del mismo pueblo al que Dios había elegido desde mucho tiempo atrás. Sin embargo, la continuidad que se establece entre el pueblo de Dios que vivía en Judá gobernado por la monarquía davídica y el que estaba establecido en aquel territorio cuando formaba parte del imperio persa no ha de entenderse en un sentido estático como si se tratara de una simple pervivencia inmutable.

Sucede algo análogo al modo en que se mantiene la vida en los seres animados: así como el adulto es la misma persona que, años atrás, fue adolescente, de ese modo el Israel de la época persa es el mismo de antes, aunque en él se hablan realizado profundas transformaciones debidas a las concretas vicisitudes históricas por las que pasaron. Habían perdido la soberanía nacional sobre su territorio, y ya no estaban gobernados por un monarca davídico. También la actividad religiosa sufrió profundos cambios de formas: durante mucho tiempo estuvieron en el exilio lejos de Jerusalén, por lo que no pudieron ofrecer en el Templo los sacrificios acostumbrados. En esas circunstancias surgió la sinagoga como lugar de reunión y fue cobrando mayor protagonismo la Ley. Cuando las murallas de la ciudad fueron reconstruidas y el Templo se reedificó, también se reorganizó la vida nacional y religiosa del pueblo.

En ese momento era importante hacer notar los lazos de continuidad entre los antiguos y nuevos lugares e instituciones. El altar y el Santuario fueron construidos “en su lugar” (Esd 3,3 y 6,7 respectivamente). Los utensilios que los deportados transportaron a su regreso hasta Jerusalén para uso del Templo eran los que Nabucodonosor se había llevado a Babilonia (Esd 1,7‑11). Tanto los sacerdotes como el personal que servía en todo lo relacionado con el culto eran los descendientes de los que con anterioridad se habían ocupados de esas tareas (Esd 2,36‑63; Neh 7,39‑65).

Esa continuidad que subrayan estos libros constituye un elemento importante de su enseñanza, ya que ofrecen un testimonio acerca del modo en que Dios conduce la Historia de la Salvación, avanzando y progresando al paso de los tiempos, haciendo surgir respuestas nuevas a las diversas situaciones que se presentan, pero manteniendo siempre la identidad que le es propia mediante fuertes lazos de fidelidad a los orígenes. Junto a la continuidad, en los libros de Esdras‑Nehemías se destaca con fuerza la identidad del pueblo elegido, que ha de mantenerse mediante la severa prohibición de matrimonios mixtos, y la segregación respecto a los gentiles. No siempre había sido así en la historia del pueblo, como muestran los libros de Rut o de Jonás; pero en esos momentos, en los que la tentación de sincretismo se acentúa debido a la nueva situación social y política, tales medidas fueron providenciales para mantener la identidad religiosa del “pueblo de Israel”, que en ese tiempo toma la configuración de “pueblo judío”. En efecto, a partir de las reformas de Nehemías y Esdras, tal como aparecen en el libro, la pertenencia al pueblo no está unida a habitar en un territorio concreto o proceder de él, sino a tener una ascendencia determinada -de ahí la importancia de las genealogías- y a someterse a una ley que, aun siendo considerada como la Ley dada por Dios a Moisés, se estima que viene establecida para todos los judíos por la autoridad de un rey extranjero.

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