Significación de 1 Macabeos en la fe de la Iglesia

En la época de nuestro Señor Jesucristo seguía vivo el celo por la Ley que vemos reflejado en el libro primero de los Macabeos, si bien ese celo era comprendido de distinta manera por los diversos grupos que se habían ido configurando a partir de la encendida defensa de la religión judía. Los fariseos eran los continuadores de los asideos, aquéllos que en un primer momento se unieron a la revuelta macabea (1 M 2,42) pero que después mantuvieron otra política (1 M 7,13). Por otra parte, estaba el grupo de los saduceos que era más complaciente con la dinastía asmonea; y en el polo opuesto se encontraban los esenios, que rompen incluso con el culto del Templo de Jerusalén, según sabemos por fuentes extrabíblicas. Todos estos grupos, sin embargo, mantenían el celo por la Ley.

A la luz de la fe cristiana, la historia narrada en 1 Macabeos es un testimonio inspirado de cómo Dios fue guiando y dirigiendo la historia del pueblo elegido hasta el momento mismo de enviar al Mesías, a su Hijo Jesucristo. Ningún otro libro del Antiguo Testamento nos acerca tanto al Nuevo Testamento, desde el punto de vista de la narración de la historia, como en el libro primero de los Macabeos. En el Nuevo Testamento encontramos reflejados los valores espirituales que configuran la historia de 1 Macabeos; sin embargo, Jesucristo los asumió y los transformó a veces radicalmente.

Jesús también manifiesta su adhesión a la Ley de Moisés, enseñando que no dejaría de cumplirse ni una sola iota de la misma (Cf. Mt 5,17‑19); pero a la vez interpreta y renueva la Ley mediante la forma de cumplirla que Él propone (Cf. Mt 5,20‑48), y establece una ley nueva de amor entre los hombres, que deja atrás aquella ley del talión que regía los actos bélicos de los macabeos (Cf. Mt 5,28‑47).

Jesús mostró también su celo por el Templo hasta el punto de hacer un gesto de gran vigor, como la expulsión de los mercaderes (Cf. Mt 21,12‑17). Pero a la vez declaró que aquel Templo tenía un carácter provisional, y que el verdadero culto a Dios no dependía del Templo, sino de la adoración al Padre en espíritu y en verdad (Cf. Jn 4,23‑ 24). Más aún, el Evangelio de San Juan enseña que el verdadero Templo es la humanidad santísima de Jesús (Cf. Jn 2,22).

Frente a la identificación entre fidelidad a la Ley y rebelión política armada que vemos en el libro primero de los Macabeos, en el Nuevo Testamento encontramos la invitación a una resistencia moral y espiritual ante las persecuciones (Cf. Mt 10,16-25); y Jesucristo, por otro lado, establece la separación entre poder político y fidelidad religiosa al proclamar: “Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios” (Mt 22,21 y par.). Leído a la luz del Nuevo Testamento, cobra un nuevo valor, pues nos ayuda a comprender el trasfondo político y religioso en el que se desarrolla la obra de Jesucristo, y el contraste entre el antiguo y el nuevo pueblo de Dios

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