Comentario a Lc 10, 30-35 (La parábola del buen samaritano)

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La ‘parábola del buen samaritano’ (vs.30-35) es una historia ilustrativa, una historia en la que se da un ejemplo o ilustración de un asunto (como también en Lc 12,16-21; 16,19-31; 18,9-14). Y esto es quizá lo más sorprendente de la escena (Lc 10, 25-37). Ante una pregunta teórica de un maestro de la ley: «¿Y quien es mi prójimo?», Jesús responde con un relato vivencial de gran carga dramática: «Un hombre bajaba de Jerusalén a Jericó…«. De los tres personajes que aparecen en el relato, solo uno es capaz de dar la respuesta adecuada, y ver algo más; únicamente el samaritano logra distinguir con un ojo interior [1] el sufrimiento de aquel hombre, una percepción que conmueve su corazón, se compadece y lo compromete. Pero fue, precisamente en esa compasión -que experimenta- dónde el samaritano descubre el mensaje divino, y donde late la respuesta adecuada a la pregunta que origina el relato. Un mensaje divino que por otro lado no es una mera abstracción, puesto que se arriesga, cambia de rumbo, dedica tiempo, sacrifica recursos, etc

La respuesta de Jesús es clara: Una vida espiritual que no tocara la carne herida del prójimo sería sencillamente una parodia, una vida interior fundada sobre arena. Una máscara. “Si alguno dice amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso” (1 Jn 4, 20). Recordemos que esta parábola viene justo después de la respuesta acerca de qué es lo esencial para la vida eterna: 25 Y he aquí un intérprete de la ley se levantó y dijo, para probarle: Maestro, ¿haciendo qué cosa heredaré la vida eterna? 26 Él le dijo: ¿Qué está escrito en la ley? ¿Cómo lees? 27 Aquel, respondiendo, dijo: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, y con toda tu alma, y con todas tus fuerzas, y con toda tu mente; y a tu prójimo como a ti mismo. 28 Y le dijo: Bien has respondido; haz esto, y vivirás. 29 Pero él, queriendo justificarse a sí mismo, dijo a Jesús: ¿Y quién es mi prójimo?

  • Un hombre… Jesús empieza la narración con una escena conocida para sus oyentes: un hombre, cierta persona (los oyentes habrán entendido automáticamente que era judía)
  • Bajaba de Jerusalén a Jericó… iba de camino desde Jerusalén a Jericó (una distancia de unos 27 km, con una diferencia de altitud de 996,7 m, de ahí la palabra ‘bajaba’).
  • Cayó en manos de unos bandidos… Este camino pasaba a través de una región montañosa y rocosa con mala fama a causa de su inseguridad. Antes de que el hombre llegara a su destino, cayó en manos de ladrones,
  • Lo desnudaron, lo molieron a palos… los bandidos que le quitaron su ropa (¿para quitarle su dinero?), le hirieron (¿porque opuso resistencia?)… dejándolo medio muerto.
  • Por casualidad… En esa ruta solitaria el hombre habría podido estar horas y horas tirado en el suelo sin que pasara nadie que le ayudara. Pero ‘casualmente’ (kata sugkurian) se acercó un sacerdote, que también iba de camino a Jericó (nótese el verbo ‘bajaba’). Probablemente había servido en el templo y ahora regresaba a su ciudad de residencia. Fuentes rabínicas posteriores mencionan que en Jericó vivían muchos sacerdotes (SB ll, 66,180).
  • Dio un rodeo y pasó de largo… Al ver el cuerpo del hombre pasó por el otro lado del camino sin hacer nada. No leemos nada sobre los motivos del sacerdote de no ayudar al hombre. Quizás porque el hombre estaba ‘medio muerto’ (vs.30) y el sacerdote pensando que se trataba de un muerto no quería contaminarse tocando un cadáver (Nm 5,2; 19,11-22; Lv 5,3 y en especial para los sacerdotes: Lv 21,1-4; Ez 44,25-27; comp. Nm 6,6v.). También es posible que temiera caer también en manos de los ladrones y que quisiera ponerse a salvo. No obstante, no es tan importante saber por qué no actúa, sino el hecho de que no hace nada. Ni siquiera toma la molestia de mirar más de cerca al hombre.
  • Al igual que los sacerdotes también los levitas eran un grupo respetado en la comunidad judía. Servían en el templo, donde entre otras cosas cuidaban del servicio y controlaban que se mantuviera el orden (TDNT IV, 239-241). Al igual que el sacerdote tampoco el levita hace nada cuando ve la víctima. Probablemente habrá tenido los mismos motivos que el sacerdote (véase com. vs.31).
  • Llegó a aquel sitio… La expresión ginomai kata significa ‘acercarse a’ (Hch 27,7). Es posible que la palabra elthōn (habiendo venido) exprese un acto extra, por lo cual se subraya la crueldad del hombre: el levita llega junto a la víctima, se le acerca (a diferencia del sacerdote), pero a continuación prosigue su camino. [En algunos manuscritos no encontramos la palabra genomenos ‘habiéndose hecho’, en cuyo caso no hay clímax, sino que es un paralelo con el comportamiento del sacerdote.]
  • Que llegara un samaritano (‘samaritano’ se encuentra explícitamente al inicio de la frase) no auguraba nada bueno para los oyentes judíos, conociendo la mala relación entre judíos y samaritanos (véase com. Lc 9,52; Jn 4,9): un samaritano sería la última persona de quien un judío esperaría ayuda. Sin embargo, yendo en contra de toda esperanza, es el samaritano quien (¡a pesar de encontrarse en una región hostil; fuera de Samaria!) se preocupa por la suerte del hombre (vs.33-35).
  • Se compadeció… Mientras no leemos nada sobre la motivación interior del sacerdote y del levita para seguir adelante (algo por lo que sólo podemos especular), del samaritano sí se dice que ‘se compadeció’ (comp. Lc 7,13) al ver al hombre en necesidad. Aquí es la clave que da sentido a la parábola y que da respuesta a la pregunta de la que nace.
  • Una compasión que no es una entelequia, ya que conlleva una respuesta dolorosa que comprende la dimensión material y tangible: cambiar de ruta, dedicar tiempo, perder dinero. Toca la vida real de carne y sangre; no se queda en un mero misticismo intimista y devocional.
  • Y acercándose… Sin escudarse en la lucha racial entre judíos y samaritanos ni preocuparse de su propia seguridad, el samaritano da al hombre seriamente herido la ayuda necesaria, aún corriendo el riesgo de incurrir en la sospecha de haber atacado al hombre él mismo. Ve en el hombre seriamente herido en primer lugar un prójimo que necesita su ayuda.
  • le vendó las heridas… Cuida las heridas del hombre con (una mezcla de) aceita (el aceite de oliva se usaba para aliviar el dolor, comp. Is.1:6) y vino (que tiene un efecto desinfectante en las heridas).
  • montándolo en su propia cabalgadura… A continuación pone al hombre en su cabalgadura y
  • lo llevó a una posada y lo cuidó… lo lleva a un mesón, donde continúa cuidándole.
  • El samaritano era un hombre rico (pues gasta una cantidad de dinero considerable para cuidar al hombre) que posiblemente estaba de viaje de negocios (vs.33 ‘iba de viaje’, vs.35 ‘cuando vuelva’). Cuando a la siguiente mañana tiene que continuar su viaje, entrega el cuidado del hombre herido al mesonero, a quien proporciona el dinero necesario.
  • dos denarios… La cantidad de dos denarios (comp. Lc 7,41; Mt 20,2) era suficiente para cuidar al hombre durante algunos días.
  • yo te lo pagaré… Además el samaritano le confirma al mesonero de que él mismo (egō: ‘yo’, con énfasis, y no el mesonero o el hombre herido mismo) pagará al regresar todos los gastos adicionales.

El samaritano “acercándose, le vendó las heridas echando en ellas aceite y vino”. Se aproximó y lo tocó.

  • Porque para aplicar una venda, es necesario aproximarse y es necesario tocar; es preciso mancharse con la sangre, entrar en contacto con la enfermedad que sea, arriesgándose a infectarse.
  • Para Jesús una vida espiritual que no tocara, la carne herida -precisamente por herida, aborrecible– sería una farsa, una vida interior fundada sobre una mentira:Si alguno dice amo a Dios y aborrece a su hermano, es un mentiroso” (1 Jn 4, 20).
  • Una imagen maravillosa de esta forma de amar que nos propone Jesús es el amor de una madre, que siempre acoge, que toca la carne, a la que no le importa ensuciarse ni contagiarse. Una forma de amar que es un símbolo del amor divino.
  • Como ocurre en cada confesión donde, de algún modo –sacramentalmente–, Cristo se aproxima y nos toca; nos venda y nos unge con un aceite que embellece, y un vino que purifica.

Para ser verdaderos discípulo de Jesús, no podemos llevar como una doble vida (espiritual y material), sino que debemos integrar lo material y lo espiritual en una única vida santificada por Dios, reconociendo su presencia en lo visible y tangible. Lo expresaba magistralmente uno de los santos más lucidos de nuestro tiempo: «Sabedlo bien: hay un algo santo, divino, escondido en las situaciones más comunes, que toca a cada uno de vosotros descubrir (…) ¡Que no, hijos míos! Que no puede haber una doble vida, que no podemos ser como esquizofrénicos, si queremos ser cristianos: que hay una única vida, hecha de carne y espíritu, y ésa es la que tiene que ser en el alma y en el cuerpo santa y llena de Dios: a ese Dios invisible, lo encontramos en las cosas más visibles y materiales» [3]

  • [1] Sobre los ojos y los oídos del alma: “Pues de la misma manera que los que ven con los ojos del cuerpo, con ellos perciben las realidades de esta vida terrena y advierten las diferencias que se dan entre ellas, por ejemplo, entre la luz y las tinieblas, lo blanco y lo negro, lo deforme y lo bello, lo proporcionado y lo desproporcionado, lo que está bien formado y lo que no está, lo que existe de lo superfluo y lo que es deficiente en las cosas; y los mismo se diga de lo que cae bajo el dominio del oído: sonidos agudos, graves o agradables; eso mismo hay que decir de los oídos del corazón y de los ojos de la mente, en cuanto a su poder para captar a Dios. En efecto, ven a Dios los que son capaces de mirarlo, porque tienen abiertos los ojos del espíritu”. SAN TEÓFILO DE ANTIOQUÍA, A Autólico, libro 1, 2.7 (PG 6, 1026-1027.1035).
  • [2] AMEDEO CENCINI, Dall’aurora io ti cerco. Evangelizzare la sensibilità per imparare a discernere, ed. San Paolo, Milán 2018, p. 133.
  • [3] Texto perteneciente al punto 114 del libro ‘Conversaciones’ de San Josemaría Escrivá de Balaguer, en el capítulo ‘Amar al mundo apasionadamente’
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