Significación del Éxodo en la fe de la Iglesia

El Nuevo Testamento evoca con frecuencia el recuerdo de las gestas contenidas en los relatos de la historia de Israel en Egipto, y considera los acontecimientos que se narran en ellos como figuras que anuncian a Cristo.

FIGURAS DEL ÉXODO EN EL NUEVO ESTAMENTO

 

Monte Sinaí

Monte Bienaventuranzas

Maná

Eucaristía

Alianza Sinaí

Nueva Alianza

Santuario y culto

Cuerpo de Cristo y Realidades celestes

Moisés mediador

Cristo mediador

Paso Mar Rojo

Bautismo

 

Las bienaventuranzas son formuladas en el monte (cfr Mt 5) como la Ley de Moisés fue promulgada en el Sinaí; también en un monte tendrá lugar la transfiguración (cfr Mt 17,1‑8).

San Pablo, por su parte, recordará muchos prodigios del desierto, considerándolos como figura de las realidades de la nueva economía:

El maná es figura de la Eucaristía y la roca de la que Moisés hizo brotar agua, lo es de Cristo (cfr1 Cor 11,1‑5);

la alianza del Sinaí prefiguró la nueva Alianza realizada por Cristo (cf. 1 Cor 11, 24‑25);

el santuario y el culto del desierto anunciaban, sólo como en penumbra, las realidades celestiales (Heb 8,5).

Otros muchos acontecimientos serán recordados para poner de relieve su proyección en la nueva economía y, dicho con palabras del Apóstol: Todas estas cosas les sucedían como en figura; y fueron escritas para escarmiento nuestro, para quienes ha llegado la plenitud de los tiempos” (1 Cor 10,11).

Jesús, que es “el único mediador entre Dios y los hombres” (1 Tim 2,5), lleva a su plenitud el modelo que presenta la figura de Moisés como intercesor ante Dios en favor de todo el pueblo. Los diálogos entre Moisés y Dios han constituido en la historia de la espiritualidad cristiana un modelo de oración. En el episodio de la zarza ardiendo (cfr Ex 3,1‑10) es Dios quien interviene primero llamando a Moisés, y manifestándole que es el Dios de sus padres, “el Dios de Abrahán, el Dios de Isaac y el Dios de Jacob”, que está vivo y quiere la vida y la libertad para su pueblo. Se ha revelado para salvarlos, pero se sirvió en su acción de este hombre elegido, Moisés, para que colaborara con él en la obra de la salvación. Moisés, después de exponer con sencillez sus dudas y dificultades para tan gran misión, aceptaría la voluntad de Dios y respondería a su llamada. “En este diálogo en el que Dios se confía, Moisés aprende también a orar: se humilla, objeta y sobre todo pide y, en respuesta a su petición, el Señor le confía su Nombre inefable que se revelará en sus grandes gestas” (Catecismo de la Iglesia Católica, nº 2575). Cristo, mediante su oblación y sangre derramada en la Cruz, es el nuevo cordero pascual que nos ha rescatado de la esclavitud del pecado para darnos la verdadera libertad (cfr Gal 5,1). El memorial de la noche pascual recibe un nuevo sentido en el Nuevo Testamento. En la celebración de la Eucaristía se actualiza la Pascua de Cristo, el sacrificio que Cristo ofreció una vez para siempre para conseguir nuestra más plena liberación: “Cuantas veces se renueva en el altar el sacrificio de la Cruz, en el que Cristo, nuestra Pascua, fue inmolado, se realiza la obra de nuestra redención” (Lumen gentium, 3).

La liberación de Israel de la esclavitud de Egipto, mediante el paso del Mar Rojo, ha sido contemplada en la tradición cristiana como un modelo y prefiguración de la liberación del pecado obrada por el Bautismo. Así lo refleja la liturgia de la Vigilia Pascual: ¡Oh Dios!, que hiciste pasar a pie enjuto por el mar Rojo a los hijos de Abrahán, para que el pueblo liberado de la esclavitud del faraón fuera imagen de la familia de los bautizados… “ (Bendición del agua bautismal, 42).

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