Sentido teológico del Deuteronomio

La enseñanza teológica básica del Deuteronomio se podría resumir en las siguientes características: un Dios, un pueblo, un templo, una tierra, una ley.

La unicidad de Dios es proclamada solemnemente en Dt 6, 4: “Escucha Israel, el Señor, nuestro Dios, es uno”. Ese “uno” no sólo se opone a la existencia de varios dioses, sino que sobre todo proclama la íntima unidad de Dios: Dios no está dividido. Por eso el amor a Él ha de ser también indiviso, no compartido con otros dioses ni con otros amores en el corazón que no conduzcan a Él. “Amarás, pues, al Señor, tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con todas tus fuerzas” (Dt 6,5).

Puesto que sólo hay un Dios, y como consecuencia de su unicidad, el culto también ha de estar unificado en un sólo santuario: el Templo de Jerusalén (Dt 12).

Ese único Dios ha elegido y hecho su alianza con un pueblo, que ha de ser uno, sin divisiones por razón de cultos, clases sociales ni ningún tipo de discriminaciones. A diferencia de la tradición sacerdotal, el Deuteronomio no distingue en el pueblo tribus y familias. El ideal consiste en que todo el pueblo, desde el primero hasta el último sean hermanos. No es un pueblo cualquiera, sino el Pueblo de Dios.

La tierra de Israel es un don de Dios a su pueblo, un espléndido obsequio, pero que encierra dentro de sí un indudable peligro: la tendencia a disfrutar de sus bienes como si fueran propios, olvidando que son un don del que Dios ha encomendado a los hombres su correcta administración (Dt 8,7ss.).

La Ley es la expresión de la voluntad de Dios que muestra a su pueblo los caminos por los que le conviene marchar. Cuando se compone el Deuteronomio la situación de la sociedad israelita ha cambiado mucho. Pero esa Ley es el ideal que Dios propone, y hay que esforzarse por adaptarla con fidelidad a ese modelo que es fruto de la reflexión teológica sobre unos hechos, y que busca iluminar las condiciones del momento histórico concreto y marcar unas pautas de valor permanente.

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