Significación del libro de Josué en la fe de la Iglesia

La figura de Josué, que culmina la salvación realizada por Dios al sacar a su pueblo de la esclavitud de Egipto e introducirlo unido en la tierra prometida para descansar en ella con paz, representa una verdadera anticipación profética de Jesucristo. Su propio nombre, Josué, es el mismo que Jesús. Ambos significan “el Señor salva” (en hebreo, Yehosú’a.

Josué condujo a su pueblo a la salvación, pero también salvó a personas que no formaban parte de él, como Rajab y su familia (Cf. Jos 6,22‑24), y habían secundado los planes de Dios manifestando así su fe con obras (Cf. St 2,24‑25). También Jesús, que vino a traer la salvación a Israel, hizo llegar sus efectos salvíficos a todos los hombres y mujeres de todas las razas de la tierra que secundan los planes de Dios.

El paralelo entre Josué y Jesús fue desarrollado por algunos Padres de la Iglesia. San Justino explicó que así como Josué sucedió a Moisés e introdujo al pueblo en la tierra prometida, Jesús ha sustituido a Moisés y su Evangelio a la Ley mosaica, y ha conducido al nuevo pueblo de Dios a la salvación (Dial. 75,1‑3; 89,1;113,1‑7). Por su parte, Orígenes estableció un paralelo espiritual entre Josué, que condujo a Israel a la victoria abatiendo reinos, ciudades y enemigos, y Cristo, que guía al alma y le proporciona la victoria sobre los vicios y pasiones (Hom. Jos. I,7; IX,1; XIII,1‑4).

Por otra parte, en el Sermón de la Montaña Jesús hace extensiva a todos los hombres la promesa de la tierra que Dios había hecho a su pueblo (Cf. Mt 5, 5) abriendo nuevas perspectivas. Puesto que Dios sigue siendo fiel, podemos mantener la esperanza de que alcanzaremos no sólo una tierra buena, que mana leche y miel, sino el lugar de reposo definitivo con Él. Por eso, en la Carta a los Hebreos se nos invita a poner los medios para llegar a ese descanso definitivo, aprendiendo la lección de la historia sagrada. Josué introdujo al pueblo en la tierra prometida por Dios, pero siglos después los israelitas fueron llevados en cautiverio a Babilonia a causa de sus infidelidades.

Es, pues, la hora de aprender la lección de la fidelidad para que ese reposo sea verdadero y definitivo: “Puesto que la promesa de entrar en su descanso permanece en vigor, tengamos cuidado no vaya a ser que alguno de vosotros quede excluido (…) Dado, por tanto, que algunos habrán de entrar en él, y que los primeros en recibir la buena nueva no entraron a causa de su desobediencia, [Dios] vuelve a fijar un día, ‘hoy’, cuando afirma por David al cabo de tanto tiempo, como ya se ha dicho: ‘si hoy escucháis su voz, no endurezcáis vuestros corazones’. Porque si Josué les hubiera proporcionado el descanso, [Dios] no habría hablado después acerca de otro día. Queda por tanto reservado un tiempo de descanso para el pueblo de Dios. Pues quien entra en el descanso de Dios, descansa también él de sus trabajos, lo mismo que Dios de sus obras. Apresurémonos a entrar en aquel descanso, a fin de que ninguno caiga en la misma clase de desobediencia” (Heb 4,1.6‑11).

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