Salmo 16 (15): «El Señor es el lote de mi heredad»

WaveLas traducciones de este salmo suelen diferir bastante unas de otras. La razón es que el texto original (hebreo) se encuentra en mal estado de conservación y tiene palabras incomprensibles. Tal vez sea posible identificar tres partes: 1; 2-6; 7-11. La primera funciona a modo de introducción. Incluye una petición («Protégeme») y presenta un gesto de confianza («pues me refugio en ti»).

1 A media voz. De David.

Protégeme, Dios mío, pues me refugio en ti.

—-
2 Yo digo al Señor: «Tú eres mi bien».
3 Los dioses y señores de la tierra
no me satisfacen.
4 Multiplican las estatuas
de dioses extraños.
Nunca derramaré sus libaciones con mis manos,
ni tomaré sus nombres en mis labios.
5 El Señor es mi parte de la herencia y mi copa,
mi suerte está en tus manos.
6 Me ha tocado un lote delicioso;
sí, mi heredad es la más bella.

Esta segunda parte (2-6) es una especie de profesión de fe. El salmista ha elegido al Señor como su bien (2), rechazando, por consiguiente, todos los ídolos y señores del mundo y todas las prácticas de idolatría a que dan lugar (3-4). Vuelve a hablar del Señor como su bien absoluto, diciendo que es la parte de la herencia –una herencia deliciosa, la más bella– que le ha tocado (en Israel, tradicionalmente, la herencia era la tierra) y su copa, en cuyas manos está el destino del salmista (5-6).


7 Bendigo al Señor que me aconseja,
hasta de noche me instruye interiormente.
8 Tengo siempre al Señor en mi presencia.
Con él a mi derecha jamás vacilaré.
9 Por eso se me alegra el corazón,
exultan mis entrañas,
y mi carne reposa serena;
10 porque no me entregarás a la muerte,
ni dejarás a tu fiel que conozca el sepulcro.
11 Me enseñarás el camino de la vida,
lleno de gozo en tu presencia,
de alegría perpetua a tu derecha.

La tercera parte (7-11) viene marcada por la idea del camino. El Señor es el consejero permanente del fiel, incluso de noche (7); va caminando por delante, impidiendo que el salmista vacile (8), lo llena de alegría (9) y no permite que el fiel conozca la muerte (10), sino que le enseña el camino de la vida y le proporciona una alegría sin fin (11).

Tipo de salmo

Es un salmo de confianza individual, en el que alguien expone su absoluta confianza en el Señor (2), al que considera su refugio (1), amigo íntimo (7) y alguien siempre cercano (8); en él pone una confianza total incluso ante la barrera fatal, la muerte (10), con el convencimiento de que Dios le mostrará el camino de la vida, proporcionándole una alegría perpetua (11).

«Confianza» y «alegría» son dos términos característicos de este salmo. Ambas realidades provienen, de hecho, de la gran intimidad que hay entre el salmista y Dios. En efecto, el Señor va por delante, mostrándole el camino, pero también está a la derecha del fiel (el lugar más importante). La conclusión del salmo sitúa al fiel, lleno de gozo y felicidad, ante el Señor e, inmediatamente después, es el fiel el que está a la derecha de Dios. Este baile de posiciones (delante, a la derecha) pone de manifiesto la intimidad entre estos dos amigos y compañeros.

Todo el cuerpo del salmista viene a ser como una especie de caja de resonancia en la que vibran la confianza y la alegría. Se habla de manos que evitan derramar libaciones a los ídolos y de labios que se niegan a pronunciar sus nombres (4); también se habla del corazón que se alegra, de las entrañas que exultan, de la carne (el cuerpo entero) que reposa serena (9), pues no conocerá el sepulcro, porque la muerte, la que destruye el cuerpo, va a ser destruida (10). Confianza, gozo, alegría e intimidad con Dios determinan la vida de esta persona noche y día (7).

¿Por qué surgió este salmo?

Quien compuso este salmo vivía en una situación difícil caracterizada por un ambiente hostil. De hecho, se habla de los «dioses y señores de la tierra» (3) que multiplican las estatuas de dioses extraños e invitan a la gente a que invoquen el nombre de los ídolos y les presenten ofrendas (4). Estamos, probablemente, en un período de idolatría generalizada bajo el patrocinio de los «señores de la tierra», los poderosos. ¿Qué es lo que le sucede al que no acepta esta situación? El Antiguo Testamento registra algunos casos paradigmáticos: ¿Qué es lo que pretendía hacer Jezabel en contra del profeta Elías? (cf 1Re 19,2-3). ¿Qué hizo el rey Nabucodonosor con quien no adoró la estatua que había levantado? (cf Dan 3,1-23). ¿Y qué le sucedió a Eleazar cuando se negó a violar la ley de su pueblo que prohibía comer carne de cerdo? (cf 2Mac 6,18-31).

Algo parecido sucede en este salmo. Resulta difícil identificar la época en que surgió, pero es evidente que estamos viviendo un tiempo de idolatría, con el consiguiente conflicto entre los seguidores de los ídolos y los fieles al Señor. La gente va aceptando pasivamente los ídolos y les presentan ofrendas (las libaciones de sangre llevan a pensar en sacrificios humanos?), abandonando de este modo el culto al Señor. Los que no se conforman, ponen en peligro su vida. Por eso el salmista, expresando su confianza absoluta en el Dios de la vida, afirma: «No me entregarás a la muerte, ni dejarás a tu fiel que conozca el sepulcro» (10). Lleno de confianza, esta persona pide: «Protégeme, Dios mío, pues me refugio en ti» (1b), ya que es consciente de que su vida corre peligro.

Los versículos 5 y 6 hablan de la herencia, un lugar delicioso, la heredad más bella. Estas palabras nos recuerdan la tierra, el don sagrado que el Señor hace a su pueblo. Pudiera ser que este fiel ha perdido la tierra, la herencia del Señor, pero no la confianza.

El rostro de Dios que se descubre en el Salmo

Tratándose de un salmo de confianza, muestra a un Dios próximo, refugio, el bien supremo de la persona, herencia y copa del fiel, aquel que tiene en sus manos el destino de la criatura, consejero que instruye incluso de noche, que camina por delante, que se pone a la derecha de la persona, que no la deja morir sino que, más bien, le enseña el camino de la vida y pone al salmista a su derecha, el puesto de honor.

Este Dios sólo puede ser Yavé, «el Señor», el Dios compañero que, en el pasado, selló una Alianza con todo el pueblo. El salmista tiene esa confianza porque sabe que el Señor es el aliado fiel. Es algo que tiene en su mente, en su carne y en su sangre. Por eso manifiesta una confianza incondicional.

En el Nuevo Testamento, Jesús es motivo de confianza para el pueblo (Mc 5,36; 6,50; Jn 14,1; 16,33). Él mismo manifiesta con frecuencia una absoluta confianza en el Padre (Jn 11,42). Los primeros cristianos leyeron los versículos finales de este salmo a la luz de la muerte y la resurrección de Jesús (He 2,25-28).

Otros salmos de confianza individual: 3; 4; 11; 23; 27; 62; 121; 131.

Fuente: José Bortolini, «Conocer y rezar los salmos»

Cfr. Comentario de Juan Pablo II al Salmo 16 (15)

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