La autodesignación de la Iglesia como ekklesia

La Iglesia apostólica

Tras la consideración de los hechos fundantes de la Iglesia por parte de Jesús hemos de dirigir nuestra atención a la formación de la Iglesia apostólica.

Siguiendo a J. Ratzinger (La Iglesia, Edic. Paulinas, 1991, p.17ss), seguiremos dos pistas textuales: 1) la expresión “pueblo de Dios” y 2) la idea paulina “cuerpo de Cristo”.

1) La expresión “pueblo de Dios”

De suyo esta expresión designa en el NT casi exclusivamente al pueblo de Israel, no a la Iglesia. Para esta se emplea otro término el de ecclesia que fue el que se convirtió en la denominación específica de la nueva comunidad nacida de la obra de Jesús. ¿porqué este término y no otro?. El vocablo se deriva de qahal (cfr….): se trata de una “asamblea del pueblo” e la que se constituye éste como entidad cultual y, a partir del culto, como entidad jurídica y política.

Esta tipo de asambleas existían tanto en el mundo griego como en el semita (cfr. H. Schlier, Eclesiología del Nuevo Testamento, en MS. IV/1, 1973, 107-223). Pero había una diferencia entre ellas, en la qahal participaban también las mujeres y los niños, que en Grecia no podían al no ser sujetos activos de la vida pública. Mientras que en Grecia eran los hombres los que se reunían y decidían lo que había que hacer, en Israel se reúne la asamblea para escuchar el anuncio de Dios y darle asentimiento. La asamblea del Sinaí fue así y la que realizó Esdras como acto de refundación del pueblo también fue así. Era pues un modelo y norma de todas las sucesivas reuniones tras la del Sinaí. Formaba parte del judaísmo tardío del tiempo del Señor la oración por la convocación de una qahal que haría el mismo Dios, una nueva convocación y fundación del pueblo. Es asombroso pero la oración por el nacimiento de la Iglesia pertenece al patrimonio fuerte del judaísmo judío (Cfr. O. Linton, Ekklesia, en RAC IV, 905-921).

Este fue el motivo por el que la Iglesia naciente escogió precisamente este término. Así viene a declarar que esa oración judía se ha cumplido (cfr. Heb 12,18-24).

Se entiende así por qué se prefirió este término al de pueblo de Dios, porque el aspecto escatológico (de cumplimiento de lo esperado) y espiritual del pueblo quedaba así más claro. Por eso podemos decir que con esta auto designación el nuevo pueblo se define así mismo en la continuidad histórico-salvífica de la alianza, pero a la vez, en la clara novedad del misterio de Cristo (Cristo muerto y resucitado es el Sínaí vivo: los que se acercan a él son los que forman la asamblea definitiva del pueblo de Dios; el centro de esta reunión es el Señor mismo, que se comunica en su cuerpo y en su sangre: EUCARISTÍA). Si para un judío la noción de “alianza” conlleva esencialmente el concepto de ley y justicia, para el cristiano “la nueva alianza” conlleva la nueva ley, el amor, que se convierte en el centro decisivo, y cuya medida suprema fue establecida por Cristo en su entrega total en la Cruz.

Una última aclaración, Pablo en la carta a los Gálatas expone con técnicas exegéticas típicamente rabínicas que la promesa de salvación hecha a Abrahán se dirige a una persona singular: “a tu descendencia”, y en consecuencia afirma que hay un solo titular de la promesa de salvación y un solo portador de dicha salvación: Cristo. Pero ¿cómo entonces se concilia esto con la voluntad salvífica universal de Dios? A través del BAUTISMO, dice Pablo, somos injertados en Cristo, constituidos en un solo sujeto con él: “uno solo en Cristo Jesús” (Gal 3,16.26-29). Solo la identificación con Cristo nos hace portadores de la promesa; la meta última de la asamblea es la de la completa unidad: para que Dios sea todo en todos (1 Cor 15,28).

Este es el momento de entrar en la segunda idea: la doctrina paulina de la Iglesia como cuerpo de Cristo.

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