El prólogo

El prólogo del Evangelio (1,1-18) ofrece la clave para entender con profundidad todo cuanto el evangelista va a escribir a continuación. Es al mismo tiempo, prólogo de la obra e himno en honor de Jesucristo: el Logos del Padre, su Hijo Unigénito. Como ya vimos, las connotaciones culturales y religiosas que tiene el término «logos« permiten entender mejor la riqueza de estos versículos. De especial interés tiene la relación del «logos» con la Sabiduría de Dios, tal como aparece en el Antiguo Testamento. (Cfr. Alusiones en: Génesis, Éxodo, Sabiduría).

El estudio exegético del Prólogo

El estudio del Prólogo, muestra cómo para el evangelista todas las visiones que los hombres habían tenido de Dios en este mundo habían sido indirectas, ya que sólo contemplaron la gloria divina, esto es, el resplandor de su grandeza. Pero al llegar la plenitud de los tiempos, enseña, la manifestación de Dios se hace más próxima y personal, ya que Jesucristo es la imagen visible del Dios invisible, es la revelación máxima de Dios en este mundo.

  1. Mientras que el Evangelio de Marcos se inicia con el bautismo del Señor y los de Mateo y Lucas se remontan a su infancia, Juan va más lejos todavía y comienza hablando de su origen divino. Presenta a Jesús como la «Palabra» de Dios personificada, que existía desde siempre junto al Padre y «era Dios» (1, 1-2). Esa Palabra trasciende infinitamente el mundo y la historia, pero a la vez es una Palabra «creadora«: «Todas las cosas fueron hechas por medio de la Palabra«, y en ella está la Vida que ilumina a los hombres (1, 3-4).
  2. Y para revelarles el rostro invisible de Dios y hacerlos participar de su filiación divina, la Palabra eterna e increada «se hizo carne« y vino a convivir con los hombres «como Hijo único» del Padre (1. 14). Es el Misterio de la Encarnación: Dios tiene ahora un rostro humano.
  3. Al advertirnos que las tinieblas del mundo no recibieron a la Palabra (1.,5, 11), Juan anticipa el tema del eterno conflicto entre la luz y las tinieblas, tan destacado en su Evangelio. Más que una introducción, este admirable Prólogo –como la obertura de una ópera– es un resumen de todos los temas contenidos en el resto del Libro.

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